miércoles, 28 de febrero de 2018

Mejorar la comunicación en familia.

Los/as hijos/as comienzan a comunicarse con los padres y madres desde el mismo momento en el que nacen y las actitudes que se adoptan ante ellos/as son muy importantes tanto para facilitar el desarrollo de su personalidad como para sentar las bases de la comunicación futura.


Desde que son "bebés" recogen las diferentes comunicaciones (configuraciones faciales, miradas, sonrisas,...) y reaccionan emocionalmente a ellas.
La comunicación entre padres- madres e hijos/as es un tema central en toda ACCIÓN EDUCATIVA que se pretenda. Los educadores deben de disponer de habilidades tales como saber escuchar, habilidades para el diálogo, saber transmitir normas, comunicar sentimientos, saber llegar a acuerdos y disponer de estrategias para la resolución de los conflictos.

Pero la comunicación con los/as hijos/as no siempre es FÁCIL....

Esta "nueva sociedad tecnológica" plantea retos nuevos en la comunicación en la familia.
Pero sigue siendo importante... HABLAR CON ELLOS/AS!!

Algunos ERRORES frecuentes al comunicar con los/as hijos/as:

• No ESCUCHAR atentamente.

• “Leer el pensamiento” de los/as hijos/as

• Dar muchos consejos: SERMONEAR

• ETIQUETAR Y GENERALIZAR

• Hacer muchas preguntas (cerradas) para buscar información.

• Hacer preguntas cuando realmente “queremos transmitir NORMAS”.
• Hablar exclusivamente de los ESTUDIOS y de LOS TEMORES PROPIOS.

• No transmitir o limitar las expresiones emocionales.

. Amenazar e increpar en lugar de describir

Comunicación entre padres e hijos

Muchos padres pensamos que lo mas importante en la comunicación es proporcionar información a sus hijos. Decirles que coman las verduras y llevarlos de la mano son expresiones de amor y cuidado.
La comunicación tiene una función mas importante; es un puente de doble vía que conecta los sentimientos de padres e hijos.

La comunicación saludable es crucial para ayudar a los niños a desarrollar una personalidad saludable y buenas relaciones con los padres y los demás. Le da al niño la oportunidad de ser feliz seguro y sano en cualquier circunstancia.

Por qué es importante la comunicación saludable? Porque ayuda a su niño a:

Sentirse cuidado y amado.

Sentir que él es importante para usted.

Sentirse seguro y no aislado en sus problemas.

Aprender a decirle a usted lo que siente y necesita directamente en palabras.

Aprender a manejar sus sentimientos con cuidado para no actuar sin meditar o sobreactuar.

Hablarle abiertamente a usted en el futuro.

¿Para qué ayuda a los padres?

Para sentirse cercano a su hijo.

Conocer las necesidades de su hijo.

Saber que usted cuenta con herramientas para ayudar a su hijo a crecer.

Manejar su propia frustración y estrés.

Materiales que construyen una comunicación saludable

Para construir un canal de doble vía es muy necesario e importante
Estar disponible. Los niños necesitan sentir que sus padres son asequibles para ellos. Esto significa estar dispuestos a tener tiempo para sus hijos. Aunque sean 10 minutos diarios de comunicación con su hijo a solas fortalece este puente de doble vía. Estar disponible también significa sintonizar y hablar de algo importante. Ser capaz de entender y hablar sobre sus propios sentimientos así como también los de su hijo, es otra parte importante de estar asequible.

Saber escuchar ayuda a su niño a sentirse amado aun cuando está enojado y usted no puede hacer nada para arreglar el problema. Pregúntele a su hijo por sus ideas y sentimientos, también trate de comprender lo que está diciendo. Lo que trata de decirle es importante para él, aunque a veces no lo sea para usted. No necesita estar de acuerdo con lo que esta diciendo pero saber escuchar lo ayuda a calmarlo y asi el podrá escucharlo a usted después.
Demostrarle empatía, es decir, sintonizar con el niño y hacerle saber que a usted le importan sus sentimientos, demostrar empatía significa su capacidad para entender lo que su hijo siente en ese momento.

Ser un buen mensajero, si el niño se siente escuchado y atendido estará mas dispuesto a escucharlo, asegúrese que lo que usted diga, su tono de voz y lo que haga, ENVIEN EL MISMO MENSAJE.

Use palabras para comunicar a su hijo lo que usted quiere que el haga, aun cuando le esté marcando límites a un niño pequeño puede usar palabras mientras lo sujeta. Resalte las buenas actitudes y comportamientos de su hijo, ayúdelo a apreciarse a sí mismo. No diga las cosas a los gritos porque ellos muchas veces no saben diferenciar claramente lo que está mal.
Ser un buen modelo, ya que los niños pequeños aprenden mejor copiando lo que hacen sus padres que lo que le dicen. Utilice muchas palabras para explicar los sentimientos, le ayudara al niño a hacer lo mismo, las palabras son el mejor medio para tratar con sentimientos fuertes. Expresar sus sentimientos en vez de actuar ayuda a los niños a controlarse, tanto en el hogar como en el colegio.

Padres distantes causan inmadurez cerebral en los niños.

Padres que trabajan cada vez más horas + Padres híper conectados a la tecnología = Padres agotados que no dedican suficiente tiempo a sus hijos

Desgraciadamente, esta fórmula es cada vez más común. Sin embargo, para que el cerebro infantil se desarrolle, no basta con proporcionar una estimulación temprana dirigida a potenciar las habilidades motoras y cognitivas que incluso podría tener resultados contraproducentes cuando es netamente académica. También es necesaria la presencia de los padres, su cuidado y, por supuesto, su afecto. Por eso, la tendencia a dejar que los niños se críen delante de la televisión y bajo el cuidado de los videojuegos, podría ser muy peligrosa.
La ausencia de los padres afecta el desarrollo cerebral de los niños.

Investigadores de la Sichuan University llegaron a la conclusión de que los niños que pasan mucho tiempo sin sus padres durante largos periodos sufren un retraso en el desarrollo cerebral. Para llegar a estas conclusiones analizaron a un grupo de niños cuyos padres tenían que viajar continuamente por motivos de trabajo. Algunos de ellos dejaban la casa durante meses, otros incluso pasaban todo un año fuera.
Vale aclarar que no se trata del primer estudio que analiza el impacto del afecto paternal en el desarrollo infantil, en el pasado otros investigadores habían apuntado al hecho de que el cuidado de los padres incide directamente en el desarrollo del cerebro de sus hijos. Sin embargo, estas investigaciones se habían realizado en niños huérfanos, privados por completo del cuidado de sus padres. En esta ocasión los psicólogos centraron su atención en niños que simplemente no pasaban mucho tiempo con sus padres.
Estos investigadores escanearon los cerebros de 38 niños, con edades comprendidas entre los 7 y 13 años. Luego, compararon los resultados con los escáneres de 30 niños que vivían con sus padres a tiempo completo y que mantenían una relación afectiva más estrecha.

Así pudieron apreciar que los niños “abandonados” tenían más materia gris en las áreas relacionadas con la memoria y las emociones. Los investigadores piensan que esto se debe a una sinapsis insuficiente; es decir, a que no se han creado las conexiones neuronales que se debían haber establecido a su edad.

¿Qué es la sustancia gris?

Esta es la imagen de un cerebro a medida que el niño va creciendo. Como puedes ver, la neurogénesis se incrementa con el desarrollo, cuando el pequeño es sometido a diferentes estímulos.
La clave radica en que, en el neurodesarrollo, a medida que las conexiones neuronales maduran y se hacen más estables, también se engrosan ya que se recubren de una sustancia denominada mielina, que es de color blanco y es la encargada de que esa conexión sea más rápida y eficaz. Al contrario, las neuronas que no tienen esa vaina de mielina no puede transmitir los impulsos nerviosos con tanta rapidez.

En el imaginario popular se ha asociado la cantidad de sustancia gris con una mayor inteligencia y capacidad de razonamiento, pero lo cierto es que no siempre es así. De hecho, basta pensar que los cerebros de los delfines contienen más sustancia gris que el de los seres humanos. Además, en diferentes estudios se ha apreciado que los niños autistas tienen un mayor volumen de sustancia gris en las zonas del cerebro vinculadas con la empatía y el aprendizaje por observación, lo cual indica que un exceso de sustancia gris no es positivo. De hecho, en un cerebro en desarrollo, un mayor volumen de materia gris puede reflejar inmadurez ya que sería un indicador de que las conexiones nerviosas no se han formado por completo.
Así, los niños que no pasaban mucho tiempo con sus padres y que estaban carentes de afecto mostraban un aumento del volumen de la sustancia gris, y una tendencia a tener un menor cociente intelectual. Por tanto, se trata del primer estudio que muestra una evidencia empírica de que la falta de cuidado directo de los padres afecta el desarrollo del cerebro infantil, ralentizando la formación de conexiones nerviosas.

“Quiéreme cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite”: Rabietas

¿Cómo hace el niño para manifestar su independencia? Pues dada su edad es una estrategia muy simple: consiste solamente en negar al otro. Su palabra más utilizada es el “no” y es fácil de entender porque, negando al otro, empieza a expresar lo que él “no es” porque aún no sabe realmente lo que “es”.

Cuando nacemos, el principal plan que tiene la naturaleza con nosotros es que podamos sobrevivir.

Para ello nos “apega” con las personas que nos cuidan, ya que está comprobado que teniendo a un cuidador cerca vivimos más (recuerda que somos una especie muy incompleta cuando nacemos). Por eso es tan importante que los bebés nos reclamen cuando no estamos cerca y por ello es tan importante que nosotros intentemos satisfacer sus necesidades más importantes (alimento, sueño, higiene, contacto…), sólo así se crea un apego seguro entre el niño y sus padres: el niño se da cuenta de que tiene personas que le quieren y le van a cuidar pase lo que pase, y por eso será un niño feliz.

Es importante durante los primeros años de la vida de un niño dejarle bien clarito que “siempre” estaremos con él, que “siempre” le querremos y le cuidaremos, aunque a veces no nos guste “exactamente” lo que hace. Eso es la base de una personalidad segura, independiente y con una autoestima capaz de soportar altibajos y adversidades.

Alrededor de los dos años (puede variar según el niño) la supervivencia del niño está ya más garantizada (se desplaza solo, puede comer casi de todo y con sus propias manos, es autónomo en sus actos más vitales …) y la naturaleza (¡qué sabia que es!) tiene otro plan para nosotros: si al principio era “apegarnos” para sobrevivir, ahora nos prepara para la independencia (piensa que sin independencia no crearíamos una familia propia, y eso es básico para el plan reproductor de la naturaleza).
La independencia y autonomía es un largo camino que se va adquiriendo con la edad y a estas edades empezamos de una forma muy rudimentaria.

¿Cómo hace el niño para manifestar su independencia?

Pues dada su edad es una estrategia muy simple: consiste solamente en negar al otro. Su palabra más utilizada es el “no” y es fácil de entender porque, negando al otro, empieza a expresar lo que él “no es”, porque aún no sabe realmente lo que “es”.

Intento explicarme mejor: ¿Cómo se yo (niño) que soy otro y puedo hacer cosas diferentes a mis padres? ¡Pues llevándoles la contraria! Puede que aún no tenga claro lo que voy a ser pero así sé lo que no soy: yo no soy mis padres, por lo tanto ¡soy otro!

El único problema para los niños, es que les conlleva un conflicto emocional importante porque como los padres no entienden lo que pasa y normalmente se enfadan con ellos, los niños notan que se están enfrentando a los seres que más quieren y eso les provoca una ambivalencia de sentimientos.

Eso, nada y más y nada menos son las famosas rabietas: una lucha interior entre lo que debo hacer por naturaleza y una incomprensión de mis padres hacia tales actos que me provocan unos sentimientos ambivalentes y negativos.

Esa ofuscación entre querer una cosa, no entender lo que pasa y el rechazo paterno, es la fuente de la mayoría de las rabietas. Por eso, lo mejor es dejarle claro que haga lo que haga siempre le queremos y le comprendemos, aunque a veces no estemos de acuerdo.

Muchos padres viven esta etapa con mucha ansiedad porque piensan que es una forma que tienen sus hijos de rebeldía, tomarles el pelo y desobediencia. Nada más lejos. En estas conductas del niño no hay ningún sentido de “ponernos aprueba” ni hay ningún juego de poder entre medio (bueno a veces los padres sí que se lo toman como tal, pero el niño nunca pretende “desafiar” al adulto, solo hacer cosas diferentes a sus padres).

Si el niño lleva la contraria a sus padres es para comunicarles algo muy importante: “¿lo ves?, me hago mayor. ¡Yo no soy tú! Puedo querer, desear y hacer cosas que tu no quieres”.

¿Qué hacemos ante una rabieta?
La mejor manera de superar las rabietas la resumo en cinco puntos:

1. Comprendiendo que el niño no pretende tomarnos el pelo

Esta simple convicción hará que seamos más flexibles con ellos (y por lo tanto se evitan muchos conflictos). Solamente pretende mostrarnos su identidad diferenciada.

2. Dejando que pueda hacer aquello que quiere.

¿Y si es peligroso o nocivo?” -me preguntaras-. Evidentemente lo primero es salvaguardar la vida humana, pero los niños raramente piden cosas nocivas, ¿saben lo más peligroso que me pidieron mis hijos cuando eran pequeños? ¡Ir sin atar en la sillita del coche!. Evidentemente les dije que no, y no arrancamos hasta que estuvieron convencidos, pero no me han pedido nunca nada tan peligroso. Bueno, una vez mi hijo mayor cogió una pequeña rabieta porque quería un cuchillo “jamonero”, pero la culpa era más mía por dejar a su vista (y alcance) un cuchillo de tales dimensiones, que él por pedirlo ¿no?.

El hecho de que quieran llevar una ropa diferente a la que nosotros queremos, puede que atente contra el buen gusto, pero raramente atentará contra la vida humana. Lo mismo pasa con alguna golosina o con otras cosas.

Si usted es un padre que vigila que el entorno de su hijo sea seguro, es difícil que pueda pedir o tocar algo nocivo para él. El hecho de el niño pueda experimentar el resultado de sus acciones sin notar el rechazo paterno hará que no se sienta mal ni ambivalente (y, de paso, evitamos la rabieta).

3. Evitando tentaciones

Los comerciantes saben perfectamente que los niños piden cosas que les gustan (por eso en los grandes supermercados suelen poner chucherías en las líneas de caja) ¿Acaso pensaba que el suyo es el único niño que montaba en cólera por una chuchería?

Si su hijo es de los que pide juguetes cuando los ve expuestos o chucherías si las tiene delante ¿Qué espera?. Intente evitar esos momentos (no se lo lleve de compras a una juguetería o intente buscar una caja donde hacer cola que no tenga expositor de juguetes ni dulces) o pacte con él una solución (“Cariño vamos al super. Mamá no puede estar comprando cada día chuches porque no son buenas para tu barriguita, así que solo eligiremos una cosita”).

Si los mayores nos rendimos muchas veces a una tentación (el que esté libre de pecado que tire la primera piedra) ¿Por qué pensamos que un niño puede contenerse más que nosotros?
4. Podemos expresar nuestra disconformidad, pero no atacamos la personalidad del niño o valoramos negativamente su conducta

Es decir, mi hijo no es más bueno o malo porque ha hecho una cosa bien o no. Mi hijo siempre es bueno, aunque a veces yo no le entienda o no me guste lo que ha hecho. En este sentido vean este diálogo:


–Mamá: Cariño ha venido tía Marta. Ve a darle un beso.

–Niño: No quiero.

–Mamá: ¿Cómo que no quieres? Esto está mal. ¡Eres un niño malo! Tía Marta te quiere mucho y tú no la quieres. Mamá no te querrá tampoco.

A partir de aquí puede haber dos opciones o el niño monta una pataleta del tipo: ¡eres tonta y tía Marta también! Y ya la tenemos liada. O bien, ante la idea de perder el amor de su madre, va y le da un beso a tía Marta, a lo que su madre responde: “¡Que bien! Así me gusta ¡Qué bueno eres!” con lo que el niño aprende que es bueno cuando no se porta como él siente y que sólo obra bien cuando hace lo único que quiere su madre. Es decir: se nos quiere cuando disfrazamos nuestros sentimientos.

Ninguna de las dos soluciones es correcta porque en ningún momento hemos evitado atacar la personalidad del niño (eres malo) y hemos valorado su conducta (esto esta mal o esto está bien).

Si en lugar de ello hubiéramos entendido sus emociones, a pesar de mostrar nuestra disconformidad, el resultado podría haber sido:
–Mamá: cariño ha venido tía Marta. Ve a darle un beso.

–Niño: No quiero.

–Mamá: Vaya, parece que no te apetece dar un beso a la tía Marta. (Reconocemos sus sentimientos)

–Niño: sí.

–Mamá: Cuando las personas van de visita a casa de otra se les da un beso de bienvenida, aunque en ese momento no se tengan muchas ganas ¿lo sabías?

–Niño: No. (Y si dice que sí, es lo mismo).

–Mamá: ¿vamos pues a darle un beso de bienvenida a tía Marta?

Normalmente a estas alturas el niño (que ha visto que le han entendido y que no le han valorado negativamente) suele contestar que sí. En el hipotético caso de que siga con su negativa podemos mostrar nuestra disconformidad:

–Mamá: Entiendo que no lo quieras hacer,  pero en esta casa intentamos que la gente se sienta bien. ¿Qué podemos hacer para que tía Marta se sienta bien sin tu beso? (a lo mejor tía Marta es una barbuda de mucho cuidado y a su hijo no le apetece darle un beso, pero eso no implica que quiera que se sienta ofendida).

–Niño: le diré hola y le tiro un beso.

–Mamá: Me parece que has encontrado una solución que nos va a gustar a todos. ¡Vamos!

5. Las rabietas se pasan con la edad

Es decir, llega un día en que el niño adquiere un lenguaje que le permite explicarse mejor que a través del llanto y las pataletas. También llega un día en que sabe lo que “es” y “quiere” y lo pide sin llevar la contraria a nadie.

Llega un momento en que, si no hemos impedido sus manifestaciones autónomas y de autoafirmación, tenemos un hijo autónomo, que sabe pedir adecuadamente lo que quiere porque ha aprendido que nunca le hace falta pedirlo mal si su petición es razonable.
¿Cómo hacer que llegue antes este momento en que finalizan las rabietas? Por una parte, hemos de procurar que en la etapa anterior (la del apego que explicábamos al principio) el niño esté correctamente apegado: un niño inseguro tardará más en pasar esta etapa de independencia.

Así que si quiere que su hijo sea autónomo, mímele todo lo que pueda cuando sea pequeño. Para adquirir la independencia se necesita seguridad y la seguridad se adquiere con un buen apego.

Una vez haya llegado a la etapa de las rabietas, intentamos que se solucionen cuanto antes. sin embargo nada de esto se dará si coartamos su deseo de separarse de nosotros, ya que lo único que se obtiene “intentando” que no se salga con la suya es un niño sumiso o rebelde (depende del tipo y grado de disciplina o autoridad empleada).

Normalmente si les “ignoramos” suelen volverse más sumisos y dependientes (otro día les explico los mecanismos psicológicos de ignorar conductas), aunque lo que vemos es un niño que se doblega y “parece” que mejore en sus rabietas. Pero la causa que provoca esa rabieta sigue en él y se manifestará de otra forma (ahora o en la adolescencia).
Sé que es difícil acordarse de todo ante una rabieta infantil. Sé que es difícil razonar cuando estamos a punto de perder la razón. Sé que es difícil, y por eso, ante la duda de no saber cómo actuar, intente querer a su hijo al máximo porque él lo estará necesitando, ya que las rabietas también hacen sentirse mal a los niños.

“Quiéreme cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite” o lo que es lo mismo:“Intenta ponerte en mi lugar, porque yo también lo estoy pasando mal.
Fuente: Sina, lactancia y crianza.

La preocupación obsesiva por mantener a salvo a los niños

Cuando se es padre o madre, mantener a salvo a los niños es una prioridad que nace y se instala en el nivel de motivaciones más poderosas. Aunque se sabe que es imposible, muchos padres no renuncian en su estructura mental a protegerles de todos los peligros reales, probables e improbables que pueden acecharles. De esta manera, protegerles del sufrimiento y de las carencias se convierte también en una necesidad.

Lo normal es que muchos de estos padres vayan comprendiendo que mantener a salvo a sus hijos de toda amenaza, especialmente cuando empiezan a adquirir autonomía en sus movimientos, es una tarea imposible. Por más cuidadosos que sean, habrá sufrimientos que no puedan ni deban alejar de sus hijos, porque formarán parte de ese cajón de estímulos necesarios para que crezcan.
Algunos padres, sin embargo, deciden no aceptar ese hecho. También asumen una posición, digamos, omnipotente frente a la vida de sus hijos. Creen que si ellos están presentes, no les pasará nada. Como si eso fuera cierto. Como si no existieran miles de peligros imposibles de esquivar, incluso para una madre o un padre que dedican todos sus recursos a este fin.

Mantener a salvo a los niños se convierte entonces en una obsesión. Esto se traduce sobre todo en una vigilancia constante que poco a poco les agota. Al mismo tiempo, este tipo de padres suelen mantener una actitud de sospecha frente a los demás y frente al mundo.
Mantener a salvo a los niños: un reto que implica censura
Sin darse cuenta, un padre o una madre que coincide con el retrato que estamos dibujando, comienza a convertirse en una voz de censura. La palabra “No” está todo el tiempo en su boca y casi siempre va acompañada de una amenaza. “No hagas esto… porque puede pasar aquello”.

De la misma manera, y muchas veces sin quererlo, al menos de manera consciente, comienza a limitar severamente la experiencia de los chicos. “Mejor no ir al parque porque hace mucho frío y se puede resfriar”. “No te quedes mucho tiempo fuera porque la calle está llena de peligros”.

Los animales transmiten enfermedades, el fuego quema, el agua moja… Todo el mundo se convierte en un gran peligro. Y se transmite la idea de que lo único capaz de conjurarlo es la presencia de ese padre o esa madre. A veces, el niño cree que eso es cierto.
Obsesión y control.

Un padre o una madre obsesionados por mantener a salvo a los niños dirán que solo quieren protegerlos. Añadirán que lo hacen por su bien. Y si alguien cuestiona ese comportamiento, tienen lista una buena argumentación para defender su actitud, que muchas veces pasa por una acusación a los demás. Fulano dejó solo al chico y por eso se cayó y se fracturó un dedo. Zutano no cuida a sus niños y mira cómo están de malcriados.

Estos padres lo llaman “protección”, pero en realidad se trata de algo mucho menos presentable. La palabra correcta es “control”. Son padres controladores, que no tienen ningún problema en dirigir y proteger en la vida de sus hijos hasta grados extremos. Quieren estar vigilando cada uno de sus pasos. Tener una intervención directa en cada proyecto que sus hijos emprendan. Estar ahí, presentes, todo el tiempo, como una sombra omnipotente. Y esta actitud suele prolongarse una vez que sus hijos han dejado atrás la infancia.


Lo que hay detrás de la obsesión.

Todo padre en algún momento siente la tentación de actuar frente a su hijo como si fuera un objeto que le perteneciera. No es que los que caen en ella sean malas personas, simplemente ver nacer a ese chico y hacerse responsable de él genera un vínculo muy estrecho. No todo el mundo está preparado para tener afectos tan entrañables y al mismo tiempo saber que debe asumir el riesgo intrínseco que llevan aparejados.
Muchos de los padres o madres obsesionados con mantener a salvo a los niños en el fondo desean otra cosa. Puede que lo que quieran sea prolongar ese lazo tanto como les sea posible. No renunciar a la idea de que ellos van a necesitarles siempre para todo, apartar el pensamiento de que forma parte de la ley natural que terminen haciendo vida sin sus padres. Lo que hay es miedo a admitir que se trata de una relación destinada al cambio, a una separación progresiva.

Es muy probable que estos padres obsesivos no hayan tenido buenas experiencias con las pérdidas. Quizás todavía tienen algunos duelos por resolver. Les aterra la posibilidad de que sus hijos irán dejando de necesitarles tal y como lo hacen ahora y saldrán a conquistar el mundo, ellos solos. Entonces, se encargan de asustarlos. De mostrarles todo lo horrible que podrían llegar a encontrarse cuando estén sin su manto protector.

A veces, el excesivo cuidado también encubre un rechazo. El padre o la madre no aman tanto al niño como quisieran. Y se defienden de ese sentimiento inconsciente exagerando los cuidados. De cualquier modo, detrás de esas formas obsesivas de protección siempre hay algo que no anda bien y que debe ser objeto de análisis.

Si hay algo por lo que sufran los niños, es por la indiferencia

En la infancia se construyen los cimientos sobre los que se edifican toda la vida. Lo que un niño requiere es amor, aceptación y cuidado. Desafortunadamente a veces su entorno no está listo para acoger esas sencillas demandas y entonces los cimientos de la vida quedan marcados por grietas profundas.

Hay muchas situaciones “del mundo” que el niño puede no lograr entender. No tiene ni las competencias intelectuales ni las herramientas emocionales para hacerlo. La indiferencia o el rechazo producen un sufrimiento profundo. Dejan huellas profundas, heridas difíciles de cicatrizar.
Hay muchas personas que ni siquiera recuerdan con claridad las emociones que experimentaban durante la infancia. Son personas que se sienten muy problematizadas durante la vida adulta, pero no logran encontrar el origen de todo esto. La explicación podría estar en una niñez marcada por la indiferencia de las personas que más se amaban. Enseguida te hablaremos acerca de cinco señales que están presentes en quienes fueron ignorados durante la niñez.

1. Insensibilidad, una marca de infancia.

La insensibilidad es uno de esos rasgos que quedan grabados en la personalidad cuando has sido ignorado durante la infancia. Es, de un modo u otro, una respuesta a esa indiferencia de la cual una persona ha sido víctima. En la infancia esto conduce a alimentar un sentimiento de abandono y minusvalía.
En la vida adulta la insensibilidad se expresa como apatía. Puede estar dirigida hacia las demás personas, o hacia la vida en general. No hay entusiasmo, ni apasionamiento por nada. Esto se debe a que desde muy temprana edad la persona aprendió a inhibir sus emociones porque el entorno no le otorgaba significado a las mismas.

2. Rechazo a la ayuda de otros.
Durante la infancia todos necesitamos mucho de quienes nos rodean. Hay miles de situaciones en las que se requiere de apoyo, orientación o consuelo. Si no se cuenta con esos soportes, el niño aprende a no esperar nada de los demás. Como consecuencia de esto, es posible que se convierta en un “independiente a ultranza”.
De este modo se transforma en alguien que no confía en lo que pueden aportarle los otros. Intentará hacerlo todo solo. Se protege de experiencias emocionales que no quiere repetir. No quiere necesitar de alguien y luego ser defraudado. En ocasiones también sucede lo contrario: la persona pide ayuda para todo, incluso para todo lo que puede hacer sola.

3. Sensación de vacío.
La sensación de que algo falta es muy fuerte en las personas que durante la infancia fueron víctimas de una helada indiferencia. En su vida había un espacio para sus seres queridos y ellos nunca lo ocuparon. Por eso queda ese abismo interior que nada llena.
Esta sensación de vacío se convierte en inconformidad constante. Nada es lo suficientemente bueno, ni lo suficientemente completo. Nada “llena”. Nadie tampoco. A veces la sensación de falta también se transforma en crítica constante, dirigida a uno mismo y a todo lo que le rodea.

4. Perfeccionismo.
La falta de amor y de atención durante la infancia tiene múltiples efectos sobre la forma como uno se percibe. En el fondo, aparece la idea de que nada de lo que uno hace es suficientemente valioso como para ser apreciado. Durante la etapa de la niñez esto tiene como consecuencia que el pequeño se vuelva excesivamente juicioso o radicalmente insoportable.

En la etapa adulta es muy frecuente que quienes cargan con estos lastres se vuelvan extremadamente perfeccionistas. Esa rigidez es una respuesta a la sospecha inconsciente de que no están haciendo todo lo que deben o pueden hacer. En el fondo, sigue siendo un niño que quiere ser valorado por lo que hace.

5. Hipersensibilidad al rechazo.
Cuando el niño se siente ignorado, también se experimenta como indigno. Se percibe in-significante. Es decir, su existencia no tiene significado para los demás y, por lo tanto, concluye, de manera inconsciente, que “hay algo malo” en él. Esto queda impregnado en sensaciones de inadecuación o de ilegitimidad.


El eco de esta indiferencia es una hipersensibilidad a la crítica de los demás. Cualquier señal de desaprobación es interpretada como una amenaza. Se renueva ese eco de la infancia que decía “hay algo malo en ti”. Y esto resulta muy doloroso y, por lo mismo, difícil de tolerar.

Desde el punto de vista neurológico y psíquico, la infancia es un tiempo decisivo. Esto no quiere decir que las malas experiencias durante esa etapa son irreparables. Sin embargo, sí dejan marcas que a veces permanecen toda una vida. Una persona sí puede liberarse en gran medida de esos lastres, pero tendrá que trabajar mucho para ello y de manera eventual solicitar ayuda profesional.

Escrito por:  Edith Sánchez.

martes, 27 de febrero de 2018

Los 7 valores más importantes que deben aprender los niños

Educar a un niño va mucho más allá de enseñarle buenos modales y sus primeras nociones sobre el mundo. También es importante educarlos en valores desde una edad temprana para que, al crecer, se conviertan en personas más felices y sean capaces de insertarse de forma adecuada en la sociedad. Obviamente, se trata de una tarea complicada que requiere esfuerzo y paciencia.

Bien lo saben los padres, pues si asumen una postura demasiado permisiva corren el riesgo de que sus hijos adquieran los valores que ven en el televisor o en la calle pero si adoptan una actitud demasiado rígida caerán en el adoctrinamiento. La clave radica en encontrar un punto medio entre ambas posturas, se trata de transmitirles determinados valores pero, a la vez, desarrollar en ellos una actitud crítica y autónoma.

Valores que debes inculcarles a tu hijo desde pequeño

1. Responsabilidad
Desde que el niño es pequeño es importante enseñarle a cumplir con sus deberes, tanto en casa como en el colegio, solo así se convertirá en un adulto responsable, que no intenta rehuir sus obligaciones y es capaz de ganarse la confianza de quienes le rodean. También es fundamental que aprenda que cada acto tiene consecuencias y que, para bien o para mal, debe asumirlas.

2. Generosidad

En una sociedad en la que muchas personas aplican el “quid pro quo”, es esencial que le enseñes a tu hijo el valor de la generosidad y que estimules su deseo de compartir sin esperar recibir nada a cambio. Obviamente, no se trata de convertirlo en una persona servil sino en enseñarle a ser generoso, por el simple placer de ayudar a los demás.
3. Compromiso

El compromiso es el primer paso para lograr un objetivo, un valor fundamental que se encuentra en la base del desarrollo académico, social y personal de cualquier niño. El hecho de comprometerse con las personas que le rodean le ayudará a crear relaciones interpersonales sólidas y duraderas, mientras que involucrarse con determinados objetivos y proyectos le permitirá alcanzar las metas que se proponga en la vida.
4. Gratitud

Sentirse agradecido por los grandes y pequeños detalles de la vida es uno de los valores fundamentales que un niño debe aprender desde que es pequeño. De hecho, se ha demostrado que las personas que se sienten agradecidas son más felices y resilientes, a la vez que desarrollan un mejor autocontrol. Por eso, es fundamental que le enseñes a tu hijo a practicar la gratitud en cada instante de su vida.
5. Honestidad

Ser sincero, incluso cuando se cometen errores, es una buena forma de aprender de las equivocaciones y comprender que nadie es perfecto. Aprender a ser honesto desde pequeño no solo hará que el niño se gane la confianza de quienes le rodean sino que también le ayudará a viajar más ligero, sin el peso de la mentira sobre sus espaldas. A la larga, se convertirá en una persona más feliz y auténtica.

6. Tolerancia
Se trata de la expresión más clara del respeto hacia los demás, y es un valor esencial para aprender a vivir en sociedad. Por eso, es importante que desde sus primeros años de vida el niño aprenda a reconocer y respetar las diferencias, y que sea capaz de entender cómo piensan y sienten los demás. No obstante, también es fundamental que aprenda a hacer valer sus derechos y a exigir que las otras personas también respeten sus opiniones.

7. Humildad

En una sociedad donde aún se discrimina a las personas por el color de su piel, su origen o creencias, es importante educar al niño para que no crea que es superior a los demás, ni con más derechos que el resto. Asumir una actitud humilde ante la vida no solo le ayudará a crear relaciones interpersonales más sólidas sino que también le hará apreciar el verdadero valor de las cosas.
Fuente: Etapa infantil.

Cuando el apego a la madre es excesivo.

Llora si su papá intenta vestirle, se niega en redondo a quedarse con los abuelos… Sólo quiere estar con mamá y no separarse de ella. ¿Es normal? ¿Se le pasará? ¿Qué se puede hacer? Descubre cómo solucionar la mamitis excesiva.

Si tu bebé está molesto, inquieto, o un poco afiebrado, “quiero con mamá” suele ser su grito de guerra favorito. Lo normal es responder a su demanda de atención. Pero si el reclamo es constante, las causas ya no están tan claras. ¿Por qué exige, por ejemplo, que sólo tú le des de comer o reclama dormir contigo todas las noches? Podría tratarse de un caso de lo que popularmente conocemos como mamitis, es decir, un apego excesivo. Te explicamos por qué ocurre y qué puedes hacer para solucionar el problema.

Qué es la ‘mamitis’
Un bebé no puede valerse por sí mismo y necesita, por tanto, la protección de sus padres, sobre todo en los primeros meses, en los que su madre, principal proveedora de alimento y cuidados, es todo su mundo, su figura de apego. Pero, a medida que crece y adquiere nueva habilidades, va necesitando menos ayuda y haciéndose más independiente.

Sin embargo, puede sufrir momentos de regresión, es decir, una fase de mamitis, que no son más que periodos de inseguridad en los que se aferran a mamá (o papá) para intentar recuperar su estabilidad interna.
Existen muchos motivos que pueden desencadenar estas situaciones de apego excesivo, unos debidos al momento evolutivo que están atravesando, o a otras razones externas, como una enfermedad o celos ante la llegada de un hermanito. La buena noticia es que suele tratarse de episodios pasajeros y fáciles de solucionar. En primer lugar, es importante diferenciar entre lo que es normal en el desarrollo evolutivo de tu bebé, y cuándo debes preocuparte:

Qué es normal en un bebé

Algunas formas de comportarse, aunque el apego pueda parecer excesivo, no significan que tu bebé tenga mamitis, por ejemplo que:
Sufra algún retroceso, indispensables para su buen desarrollo. Desde su nacimiento, el cerebro de un bebé lo absorbe todo, y cada nuevo aprendizaje conlleva un pequeño momento de angustia que provoca que el niño reclame estar en brazos de la persona que más seguridad le da en este mundo, ¡su madre!

No quiera irse con extraños: hasta más o menos los diez meses, un bebé no es muy consciente de lo que ocurre a su alrededor y acepta sin problemas a todo tipo de desconocidos. Sin embargo, a partir de esa edad, el bebé evoluciona rápidamente y es capaz de reconocer a sus padres perfectamente. Por eso, si ve que se marchan, llora porque cree que no van a regresar. Esta etapa, más delicada, suele durar hasta que el pequeño tiene 18 meses y ya es capaz de comprender que aunque se marchen, regresarán.
Ponga a prueba su paciencia: hacia los 2-3 años, los niños pasan otra vez por otra fase de angustia ligada a la pérdida de su omnipotencia; quieren demostrar que pueden controlar determinadas cosas pegándose a su mamá como una lapa y ejerciendo de pequeños dictadores, ya que, por lo general, son más benévolas que los papás.

Reacciones ante un gran cambio o situación traumática: empezar la guardería o el colegio, que mamá vuelva a trabajar, la llegada de un hermanito o hermanita, una mudanza, una enfermedad u hospitalización… Todas buenas razones para que se sienta inseguro.
Fuente. web.consultas