¿Cómo puede relacionarse adecuadamente un niño en esas condiciones? ¿Será capaz de expresar sus sentimientos a otras personas? ¿Cómo interpretará el afecto que le dan los demás?
Estas preguntas no son fáciles de responder porque dependen de muchos factores. Lo que sí es seguro es que para ellos será más difícil establecer cualquier tipo de relación profunda. Pueden tener amigos pero muy pocos serán amigos íntimos. Pueden tener buenos compañeros de trabajo pero sin darse a conocer realmente, es decir, procurando mantener una relación dentro de un marco de seguridad, en un terreno que se controla y en el que ellos se manejan bien. Sin llegar a involucrarse del todo y sin derrumbarse nunca.
Son personas más dadas a prestar ayuda que a pedirla, aunque también puede ocurrir que decidan voluntariamente no involucrarse con nadie. Se relacionan mejor con los objetos que con las personas porque para comprender la realidad necesitan actuar sobre ella, manipularla, transformarla.
Esta forma de ser provoca diferentes reacciones en los demás y eso repercute también en la relación. Algunas personas respetarán su comportamiento y mantendrán también cierta distancia de seguridad, pero habrá otras que prefieran alejarse y no tener contacto con aquellos que consideran “fríos”, “raros”, “difíciles” o incluso “superficiales”. Estas etiquetas que les ponen dependen de cuál sea su forma de ocultar sus sentimientos, su “coraza” externa: en algunos casos son personas afables pero distantes, en otros no llegan a profundizar en nada y resultan superficiales o también pueden ser voluntariamente antisociales o elitistas.
Lo curioso de las relaciones humanas es que a lo largo de la vida seguramente encontrarán a algunas personas que estén dispuestas a acceder a ellos y tener mayor intimidad. Estas personas no se arriesgan a ser rechazadas o, como mínimo, a iniciar un largo y difícil camino lleno de obstáculos.
Este estilo de apego se caracteriza por la inseguridad hacia los demás, por el miedo a la intimidad y la necesidad de mantener las distancias. Palabras, comportamientos que para otras personas pueden ser irrelevantes para ellos son heridas que demuestran que no pueden confiar en nadie. La solución será con frecuencia la ruptura de relaciones, o bien comportamientos de rechazo o recriminaciones que acaben provocando que sea el otro el que rompa la relación.
Compañía sin embargo, si encuentran personas que les ofrezcan vínculos de calidad y generan recursos de resiliencia, puede mejorar mucho su forma de relacionarse.
El trabajo fundamental sería desarrollar su habilidad para reconocer y comunicar sus emociones sin necesidad de sentirse vulnerables o en peligro. En ausencia de terapeuta y si el daño emocional no es demasiado grave, se puede empezar trabajando en el ámbito en el que mejor se desenvuelven, que seguramente será el académico o profesional, para, desde esa seguridad, ser capaces de reconocer la imagen positiva que los demás tienen de ellos y valorar los logros que se han conseguido a pesar de todas las carencias.
El refuerzo verbal positivo que encuentren en sus compañeros de trabajo será muy importante. “Eres muy eficaz”, “qué bien trabajas”, “has abordado perfectamente esta situación”, “eres comprensivo, todo el mundo te escucha” y expresiones de ese tipo calarán en ellos poco a poco. La palabra permite generar una emoción positiva que les nutre y les sirve de apoyo en el caos emocional que sentirán en las situaciones de estrés. En esos momentos de peligro se suele recurrir, incluso sin darse cuenta, a algún tipo de refuerzo positivo que ayude a afrontar la situación, pero estas personas difícilmente consiguen activar recuerdos emocionales directos como gestos, caricias o incluso comportamientos, porque están muy desconectadas de la capacidad de sentir.
La palabra, sin embargo, guarda en su interior infinitas posibilidades de curación: se puede administrar lentamente, de forma dosificada, y produce un eco cargado de emotividad “indirecta”. Es fácil entender esto si pensamos en la diferencia que hay entre un golpe y un insulto. Puede que el golpe duela más en un primer momento pero después el dolor se pasa. Sin embargo, el eco del insulto puede retumbar en la cabeza para siempre.
Con la ayuda de los demás y un esfuerzo constante, estas personas consiguen ir modificando los ecos que tienen en su cabeza y así van cambiando la imagen que tienen de sí mismos y del tipo de relación que pueden establecer con los otros.
Fuente: Flores en el desierto.
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