El mundo es distinto desde la perspectiva de un niño. Nuestra sociedad, el ritmo de vida que llevamos, el colegio, las exigencias de un mundo adulto que a veces sin darnos cuenta trasladamos a nuestros hijos. A veces,“estamos dejando sin infancia a nuestros niños. No respetamos sus ritmos, sus necesidades básicas como jugar o estar al aire libre. Nos dejamos arrastrar por la vorágine en la que vivimos y muchas veces arrastramos con nosotros a nuestros hijos”.
En esta carta se trata de dar voz a lo que le transmiten los pequeños pacientes en una consulta psicológica. Así enseñan ellos su mundo interior:
Carta de un niño-adulto
Tengo 7 años pero no tengo infancia. Soy un niño-adulto. Voy siempre corriendo a todos lados, desde que me levanto hasta que me acuesto. Se ve que no hago las cosas bastante deprisa, porque los adultos siempre me están diciendo “date prisa! date prisa!”. Pero me pongo a vestirme y los dedos no responden, me cuesta horrores abrocharme los zapatos (¿quién inventó los cordones?) y además, la verdad, me despisto con cualquier cosa. Mi hermana me mira y me hace una carocha y me entra risa. Le hago cosquillas y aun nos entra más risa. Y es que tengo como un botón que cuando lo toco, ya no puedo parar de jugar. Será porque soy pequeño, porque yo veo que a los mayores no les pasa. Pero luego entran mis padres a regañarnos y a meternos prisa y entonces me doy cuenta de que no debo jugar tanto.
El cole es un rollo. Lo siento, pero muero de aburrimiento. Los profes allá a lo lejos en la pizarra, empiezan a hablar de cosas que no me interesan. No sé lo que son los concejales, y la verdad, tampoco me importa. Me hablan del ayuntamiento y de la concejalía de limpieza… pffff.
Me entra sueño. Y ganas de soñar, me quedo embobado y, mi amiga me pasa una notita. Esto ya me gusta más! Ya han apretado otra vez el botón de jugar!! Nos miramos y nos reímos y empezamos a pasarnos notitas y dibujos, ¡me llega un corazón! Será que le gusto? Pero la profe nos pilla…y se acabó la fiesta.
Me duele todo de estar tanto rato sentado. Es que no se lo he dicho, pero no me puedo estar quieto. Los mayores me lo dicen todo el rato: “¡para ya!” “¡estate quieto!” pero es que no puedo. Se ve que tengo como cosquillas internas, o algo así, porque algo me empuja a querer moverme todo el tiempo. Me apetece salir corriendo en el centro comercial, me apetece levantarme en mitad de la clase, me apetece trepar por los muebles del salón. ¡No sé que me pasa! Debo estar enfermo.
Por la tarde salgo del cole y voy a las extraescolares. Eso es un rollo que se ha inventando alguien para que no pueda ir al parque a jugar. Que es lo único que quiero. Poder apretar el botón de jugar. Y correr, saltar, subir a los columpios, jugar al balón, hacer cabañas, jugar a comiditas con la tierra, cambiarme cromos con mis amigos y averiguar si ese corazón que me dibujó María es porque le gusto.
Pero no puedo hacer nada de eso. Tengo que ir a Inglés. Que es un idioma que se inventó un listo para fastidiarme las tardes. Porque a mi no me gusta el inglés. Ni lo entiendo ni me sirve de nada porque no tengo amigos ingleses. Pero bueno. Los adultos dicen que es por mi bien. ¡Ea!
Y cuando salgo de inglés, reventado como una mula, con los botones de la risa tonta, de muévete sin parar y el de jugar a punto de estallar.
Entonces me tengo que ir a casa a hacer los deberes. Si, en serio. Tengo un montón de deberes. El mismo listo que inventó el inglés debió inventar los deberes. Todo lo que explicó la seño en clase sobre el ayuntamiento, ahora me lo preguntan otra vez. Y mate, y lengua, y conocimiento del medio. Que digo yo, que en vez de mirar en un libro como es el “medio” en el que vivo, podría salir a la calle y al campo a conocerlo un poco. Pero como soy un niño, mejor no digo nada.
Mis padres por la tarde están ya un poquito nerviosos. Ya no tienen ganas de tonterías, como ellos dicen, porque es muy tarde y tenemos que acabar los deberes y ducharnos (¡pero si me duché ayer! ¡esto es el infierno!), cenar y a la cama.
Yo estoy cansado. Y malhumorado porque no tengo ganas de hacer deberes. Me empiezan a entrar ganas de fastidiar a mi hermana, de liarla parda, como dice mi madre. Me pongo burro porque ya no quiero hacer los deberes. Tampoco quiero bañarme. Quiero descansar un poco. Quiero jugar. Quiero soñar. Imaginarme mundos. Hacer volteretas en la cama. Dibujar algo bonito para María. Quiero ser un niño.
Mis padres me han dicho que como me porto fatal, mejor me van a llevar a un psicólogo.
Úrsula Perona
Psicóloga infantil
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