Cuando se es padre o madre, mantener a salvo a los niños es una prioridad que nace y se instala en el nivel de motivaciones más poderosas. Aunque se sabe que es imposible, muchos padres no renuncian en su estructura mental a protegerles de todos los peligros reales, probables e improbables que pueden acecharles. De esta manera, protegerles del sufrimiento y de las carencias se convierte también en una necesidad.
Lo normal es que muchos de estos padres vayan comprendiendo que mantener a salvo a sus hijos de toda amenaza, especialmente cuando empiezan a adquirir autonomía en sus movimientos, es una tarea imposible. Por más cuidadosos que sean, habrá sufrimientos que no puedan ni deban alejar de sus hijos, porque formarán parte de ese cajón de estímulos necesarios para que crezcan.
Algunos padres, sin embargo, deciden no aceptar ese hecho. También asumen una posición, digamos, omnipotente frente a la vida de sus hijos. Creen que si ellos están presentes, no les pasará nada. Como si eso fuera cierto. Como si no existieran miles de peligros imposibles de esquivar, incluso para una madre o un padre que dedican todos sus recursos a este fin.
Mantener a salvo a los niños se convierte entonces en una obsesión. Esto se traduce sobre todo en una vigilancia constante que poco a poco les agota. Al mismo tiempo, este tipo de padres suelen mantener una actitud de sospecha frente a los demás y frente al mundo.
Mantener a salvo a los niños: un reto que implica censura
Sin darse cuenta, un padre o una madre que coincide con el retrato que estamos dibujando, comienza a convertirse en una voz de censura. La palabra “No” está todo el tiempo en su boca y casi siempre va acompañada de una amenaza. “No hagas esto… porque puede pasar aquello”.
De la misma manera, y muchas veces sin quererlo, al menos de manera consciente, comienza a limitar severamente la experiencia de los chicos. “Mejor no ir al parque porque hace mucho frío y se puede resfriar”. “No te quedes mucho tiempo fuera porque la calle está llena de peligros”.
Los animales transmiten enfermedades, el fuego quema, el agua moja… Todo el mundo se convierte en un gran peligro. Y se transmite la idea de que lo único capaz de conjurarlo es la presencia de ese padre o esa madre. A veces, el niño cree que eso es cierto.
Obsesión y control.
Un padre o una madre obsesionados por mantener a salvo a los niños dirán que solo quieren protegerlos. Añadirán que lo hacen por su bien. Y si alguien cuestiona ese comportamiento, tienen lista una buena argumentación para defender su actitud, que muchas veces pasa por una acusación a los demás. Fulano dejó solo al chico y por eso se cayó y se fracturó un dedo. Zutano no cuida a sus niños y mira cómo están de malcriados.
Estos padres lo llaman “protección”, pero en realidad se trata de algo mucho menos presentable. La palabra correcta es “control”. Son padres controladores, que no tienen ningún problema en dirigir y proteger en la vida de sus hijos hasta grados extremos. Quieren estar vigilando cada uno de sus pasos. Tener una intervención directa en cada proyecto que sus hijos emprendan. Estar ahí, presentes, todo el tiempo, como una sombra omnipotente. Y esta actitud suele prolongarse una vez que sus hijos han dejado atrás la infancia.
Lo que hay detrás de la obsesión.
Todo padre en algún momento siente la tentación de actuar frente a su hijo como si fuera un objeto que le perteneciera. No es que los que caen en ella sean malas personas, simplemente ver nacer a ese chico y hacerse responsable de él genera un vínculo muy estrecho. No todo el mundo está preparado para tener afectos tan entrañables y al mismo tiempo saber que debe asumir el riesgo intrínseco que llevan aparejados.
Muchos de los padres o madres obsesionados con mantener a salvo a los niños en el fondo desean otra cosa. Puede que lo que quieran sea prolongar ese lazo tanto como les sea posible. No renunciar a la idea de que ellos van a necesitarles siempre para todo, apartar el pensamiento de que forma parte de la ley natural que terminen haciendo vida sin sus padres. Lo que hay es miedo a admitir que se trata de una relación destinada al cambio, a una separación progresiva.
Es muy probable que estos padres obsesivos no hayan tenido buenas experiencias con las pérdidas. Quizás todavía tienen algunos duelos por resolver. Les aterra la posibilidad de que sus hijos irán dejando de necesitarles tal y como lo hacen ahora y saldrán a conquistar el mundo, ellos solos. Entonces, se encargan de asustarlos. De mostrarles todo lo horrible que podrían llegar a encontrarse cuando estén sin su manto protector.
A veces, el excesivo cuidado también encubre un rechazo. El padre o la madre no aman tanto al niño como quisieran. Y se defienden de ese sentimiento inconsciente exagerando los cuidados. De cualquier modo, detrás de esas formas obsesivas de protección siempre hay algo que no anda bien y que debe ser objeto de análisis.
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