Por otra parte para el niño es necesario respertar unos límites y ver en el adulto a alguien a quién hay que admirar e incluso imitar, y si éste se pone muy cercano es fácil que el mito y el modelo a seguir se desmoronen. Los hijos son hijos y deben comportarse como tal con respecto a sus padres. Y por mucha cercanía y afecto que haya, en algún punto cada uno ocupará su rol, tanto para los buenos momentos como para los malos.
Esto no quiere decir que no se pueda tener una relación cálida y cercana entre ambos, es lo más aconsejable y lógico. Lejos ha quedado la imagen de aquellos padres lejanos, con quienes se tenía una relación fría, distante, en la que había incluso temor hacia ellos. Que haya confianza y que los hijos sepan que cuando necesiten algo pueden contar con sus padres es fantástico. Que los padres sepan generar ese canal de comunicación con los hijos es maravilloso. Eso es amor, confianza, cercanía, buen ambiente, todo muy útil, tremendamente positivo y genera confianza entre los niños. Pero en cambio, ponerse a nivel de amistad con los hijos no resulta pedagógicamente adecuado: un amigo puede ser como un padre, pero no es tan fácil que un padre pueda ser como un amigo.
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