La Angustia del octavo mes: quiero a mi mamá
“Estamos asombrados: mi bebé ya dormía toda la noche pero ahora se despierta varias veces por noche llorando desesperadamente; estamos alarmados, ¿le dolerá algo?, ¿estará enfermo?”.
“Nuestro bebé era muy simpático con todo el mundo: a todos hacía sonrisas y no tenía problemas en ir a upa con nadie: ahora sólo quiere estar conmigo y llora con las demás personas: ¿por qué?”.
Estos relatos de las mamás son habituales en las consultas de los médicos y, si se indaga acerca de la edad del bebé, se descubrirá que todos pasaron el quinto mes de vida. La mal llamada “angustia del octavo mes” o “angustia ante los extraños” es una etapa normal en la vida del bebé que se caracteriza por la ansiedad que siente la criatura, y a veces, inclusive terror, ante los desconocidos.
“El nombre no es el adecuado, porque la angustia tanto puede aparecer en el octavo mes, como en el quinto o en el número catorce. En psicología del desarrollo se le da este nombre a lo que tiene que ver básicamente con el reconocimiento de lo propio y lo extraño”, explica Javier Tain, médico pediatra. La característica principal es el temor al abandono de la madre, por eso, el bebé está mucho más “pegote” de su mamá. “El extrañar a la madre es predominante en sus preferencias y bastante más atrás está el resto del grupo familiar”, dice Tain. Esto explica que, a veces, los “rechazados” por el bebé son los cariñosos abuelos, los tíos o la persona que te ayuda en tu casa, que no se explican este cambio abrupto del chiquito.
¿Qué pasa por la cabeza del bebé en estos momentos? Esta conducta extraña se explica porque él reconoce que su vida ha dependido hasta ese momento de su madre -o de su principal cuidador- que diariamente y casi con exclusividad se dedica a satisfacer sus necesidades básicas, en especial, la alimentación y el descanso. Por eso, al reconocerse distinto y separado de este ser que lo atiende en particular, surge la angustia al sentirse separado de su objeto de amor. (la madre) y, tal vez, se imagina librado a su propia suerte. De ahí, el otro nombre que adopta este cuadro de ansiedad sufrido por el bebé, “temor al abandono” (de ese ser que él necesita para sus necesidades básicas).
“Al mismo tiempo se reconoce lo extraño: por ejemplo, si un abuelo pasó una semana sin verlo, probablemente el nuevo encuentro sumirá al bebé en un estado de desasosiego o angustia, tal vez, acompañado de llanto o de rechazo del abuelo”, cuenta Tain. O si el bebé era muy sociable y sonreía a todo el mundo, de pronto, se convierte en un antipático que no sonríe a nadie y se comporta mal con el pediatra.
Lo que se puede hacer
“Los miedos, las ansiedades, las depresiones son parte de la vida emotiva normal del niño (y del adulto) y es preciso aceptar y respetar estos sentimientos tratando de dar tiempo al niño para superarlos naturalmente; no para evitarlos sino para superarlos”, dice el pediatra Roberto Albani, en “Comprender a tu hijo”.
Muchas mamás atraviesan esta etapa con dudas y ansiedades, ya que el bebé, que ya había comenzado a establecer una rutina de comida y sueño, comienza a inquietarse fruto de esta ansiedad y altera la estabilidad que se había establecido en su cuidado.
Incluso muchas tienen que cambiar de planes para adecuarse a la realidad psicológica de su bebé. “Pensaba acompañar a mi marido a un viaje de trabajo y dejar a la nena, pero el pediatra lo desaconsejó. La opción era llevarla a ella”, cuenta Sofía Cuadra. La beba, de ocho meses, está atravesando esta etapa y se despierta muchas veces de noche angustiada. “Inclusive hay chicos que lloran dormidos”, dice Tain. “Aunque, por supuesto, hay bebés que pasan por esta etapa sin que se note esta sintomatología. Es como la etapa de la adolescencia: hay quienes la sufren mucho y otros la pasan sin complicaciones”.
Hay muchas cosas que se pueden hacer para ayudar al bebé en esta etapa:
Cuando manifiesta esta angustia, no dejarlo llorar sin prestarle atención. Tampoco hay que dejarlo mucho tiempo solo o en una habitación oscura para enseñarle a vencer su miedo al abandono, ya que puede ser contraproducente, porque el bebé confirma su temor y puede volverse más aprensivo. Sí se puede dejarlo un momento y reaparecer enseguida, para que comience a comprender que la mamá no desaparece completamente cuando deja la habitación en que él se encuentra.
Si llora mientras duerme o se despierta a la mitad de la noche angustiado, no sacarlo de la cuna o de la cama donde esta durmiendo. Porque si con ese cuadro de angustia, se lo gratifica en demasía -por ejemplo, prendiendo la luz, jugando con él, o paseándolo-, comienza a aparecer el trastorno de sueño. En cambio, hay que acompañarlo tranquilizándolo, hablándole, tal vez, acariciándolo, pero dándole el mensaje de que todo está bien y de que tiene que dormirse otra vez, tranquilo, pero siempre teniendo en cuenta el acompañamiento respetuoso del bebé.
Dejar al bebé que acompañe a la mamá.
Ayudarle a asimilar el concepto de permanencia de las cosas. El típico juego de esconder la cara detrás de una mano y aparecer después, puede divertir mucho al bebé y lo ayuda a asimilar el hecho de que las cosas y las personas no desaparecen, aunque no estén dentro de su campo visual.
Es bueno y tranquilizador explicar a familiares y amigos que el bebé está pasando por una etapa de “angustia” ante los extraños y que no tomen a mal si llora ante ellos. Las personas que el bebé no ve tan frecuentemente, para conquistarlo, deberán acercársele lentamente, conversándole o jugando con él, mientras él permanece bien cerca de su mamá.
Si el bebé llora mucho cuando la mamá se va a trabajar o desaparece, en principio, hay que tratar de limitar lo más posible el tiempo que se permanece alejado de él, hasta que se convenza de que la mamá se va y vuelve.
Si a pesar de los esfuerzos por darle más confianza y contención en esta etapa el llanto y la angustia persisten exageradamente, la consulta con el pediatra es necesaria. También puede ser que la persona que lo cuide no sea la adecuada, que le falte atención y cariño cuando no está al cuidado de la mamá.
Si se tiene plena confianza en la persona con quien se lo ha dejado y no obstante el bebé llora al separarse de la mamá, es bueno comprobar -por ejemplo llamando por teléfono 10 minutos después que se despidió de él- si sigue angustiado. Lo más probable es que la angustia haya pasado.
Muchos bebés, especialmente los más grandes, comienzan a apegarse a un objeto de transición, una manta o un juguete, que los ayuda a superar esta angustia.
“Lo importante es no confirmar sus temores, tornándose desaprensivos con su llanto, o desapareciendo por largo tiempo”, explica el pediatra. Y hasta ir al baño puede desencadenar un drama familiar. Por eso, en esta etapa, muchas mamás dejan que sus bebés las acompañen al baño o dejan la puerta abierta mientras están en él, porque el bebé rompe a llorar desconsoladamente ante la puerta cerrada.
“El bebé todavía no advierte que hay una habitación al lado: si la mamá desaparece de su campo visual, para él, desapareció y se concretó su temor al abandono”, dice Tain.
Esta angustia comienza a atenuarse y luego a desaparecer al cabo de unos pocos meses -normalmente dura de dos a tres meses y puede llegar a seis- y sólo reaparece en ciertos momentos de crisis. “De una razonable solución a estos conflictos depende la adquisición de una buena capacidad para relacionarse, que influirá mucho en el establecimiento de relaciones significativas en el futuro y en la caracterización de la estructura de la personalidad del niño”, explica Albani en su libro.
En este período, están contraindicadas las largas ausencias de los padres. La contención en esta etapa es fundamental, ya que se le reafirma al bebé que sus temores no se concretarán en los hechos, ayudando a que esta etapa pase pronto.
La formación de la personalidad
La “angustia del octavo mes” o “ansiedad por la separación de la madre” es, en realidad, una etapa en el camino hacia la adquisición de uno de los aspectos básicos de la personalidad, como es la constancia emotiva del objeto, es decir, la capacidad de representarse constantemente en la memoria una imagen mental de la madre.
Esto recién se logra hacia el tercer año de vida. Mientras en los primeros meses de vida -durante la “simbiosis”- la madre es el “objeto de amor” del lactante, que obtiene a través de ella la satisfacción de sus necesidades físicas y emotivas, ya hacia los seis meses el bebé advierte la separación que existe entre su “yo” y el “objeto”. Por eso, también aparece la angustia que produce el miedo de que ese objeto desaparezca.
“Luego, la capacidad de moverse autónomamente para explorar, hace olvidar momentáneamente de forma temporal el objeto”, explica el pediatra Roberto Albani en el libro “Comprender a tu hijo”. Entre los 15 a los 18 meses, vuelven los temores del bebé, pero esta vez, es el miedo a perder “el amor de la madre” y no la madre misma. El bebé tiene dificultad en unir las dos imágenes que tiene de su mamá, la de la madre buena (que lo quiere y lo atiende) y la de la madre mala (que pone límites y le dice “no”), lo que le crea sentimientos de amor y odio con respecto a ella y manifiesta una cierta agresividad más o menos latente. Sin embargo, hacia el tercer año de vida, “la fusión de las dos imágenes de la madre, “buena” y “mala”, ya se ha realizado en la mente del pequeño en condiciones óptimas”, explica Albani. Por eso, el pequeño puede permanecer tranquilo y realizar todas sus actividades en ausencia de sus padres.
“Durante esta ausencia es capaz de representarse constantemente en la memoria una imagen mental de la madre, de modo que su presencia ya no le es indispensable como antes. Esta imagen se vuelve tranquilizadora por si misma y el niño puede continuar con sus juegos y actividades de modo satisfactorio aunque esté solo”, dice Albani. Pero las etapas anteriores son fundamentales para que se pueda establecer esta constancia del objeto, ya que se requiere que el niño haya experimentado: primero, la confianza básica adquirida a través de la satisfacción regular de las necesidades físicas y emotivas por parte de la madre (o del padre) durante la simbiosis y, segundo, la adquisición de la capacidad de ofrecerse una representación simbólica interna del objeto del amor, es decir la madre, durante las fases sucesivas. “Obviamente, las diferencias de las dotes innatas de cada niño inciden más o menos favorablemente en este proceso”, explica Albani.
Esto explica que ya en el tercer año, se puede dejar a la criatura durante períodos cada vez más largos, incluso en condiciones en parte frustrantes o tensionantes para él, como puede ser el jardín de infantes. “Del resultado favorable de este proceso depende una conquista de importancia crucial en la vida del individuo: la capacidad de una relación de amor que se basa en el recíproco dar-tener, propia del niño en edad escolar y el adulto (ideal que raras veces se alcanza, ni aun en toda la vida)”, concluye el pediatra.
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