Las rabietas son pequeñas crisis de pérdida de control muy frecuentes entre 2 y 4 años. Que se conviertan o no en una estrategia del niño para obtener siempre lo que desea depende de cómo reaccionamos ante ellas. No caigas en errores gruesos como los 5 que siguen.
Las rabietas están motivadas por dos situaciones bien distintas que conviene diferenciar. La primera proviene de una sobreestimulación. El niño no ha dormido lo suficiente, ha sido sometido a un exceso de actividad, está algo malito… Su sistema nervioso está sobrecargado y de repente, estalla. En este caso, la solución es sencilla. Si le alejamos de los estímulos que le molestan, si le tranquilizamos con gestos apaciguadores, podrá recobrar la calma y descansar. Pero ¿qué pasa cuando el motivo de su berrinche es un conflicto que el niño no sabe solucionar o un sentimiento de frustración que no puede controlar? ¿Cómo gestionarlos para que entienda que es una mala estrategia para conseguir lo que uno quiere? Lo aprenderá de nuestra forma de reaccionar ante estas mini-crisis y las que siguen no son las adecuadas.
1. Gritar más fuerte que él. Tú eres el adulto, no te puedes comportar con su misma inmadurez. Además, los niños aprenden por imitación. Si tú te lo permites, le estás dando permiso para hacer lo mismo. Antes de intervenir, pon en práctica alguno de los métodos para no perder los nervios con los niños. Por ejemplo, respira hondo y cuenta hasta 10.
2. Decirle que deje de llorar o le castigarás. El llanto ayuda a descargar tensiones y desaparecerá cuando el niño haya vuelto a la calma. La compasión es una buena medicina ante la pérdida de control emocional. Dile que entiendes su tristeza, que devolver al niño su juguete es muy duro pero aquí está su balón y tú vas a jugar con él. Se trata de poner nombre a sus emociones para que las vaya identificando.Este paso es fundamental para desarrollar su inteligencia emocional. Cuando se alejen los sentimientos de frustración, se terminarán las lágrimas.
3. Proclamar alto y claro que es un niño muy malo. Tu hijo no es un niño especialmente colérico o caprichoso. Simplemente es pequeño y tiene que aprender a controlarse. Ha nacido con un temperamento que no es más que ciertos rasgos de carácter heredados. Puede haber nacido impulsivo o tranquilo. La educación y las experiencias irán moldeando ese temperamento hasta convertirlo en personalidad. Poner etiquetas a los niños es asignarles un carácter determinado y catalogarlos cuando están en proceso de formación y continuo cambio. Al final, es empujarlos a convertirse en esas personas cuya forma de ser tan poco nos gusta.
4. Dejar que otras personas intervengan y opinen. En materia de educación, todos tenemos nuestra opinión y no es raro que aparezcan desencuentro entre padres, abuelos, amigos… Conviene redimir nuestras normales diferencias entre adultos, discutir nuestros puntos de vista y buscar acuerdos. Los niños necesitan criarse en un entorno coherente donde se aplican siempre las mismas reglas. Si delante de él, uno se muestra laxista y el otro autoritario, sacará provecho de la situación pero fallaremos en educarle con valores claros.
5. Ceder a su capricho. Es muy tentador bajar los brazos y rendirse ante su voluntad. Volveremos a encontrar la calma pero le habremos enviado el mensaje de que si quiere algo con suficiente empeño, lo conseguirá. Se multiplicarán las rabietas y poco a poco iremos perdiendo el control. Los padres permisivos no quieren más a sus hijos, hacen de ellos niños desobedientes, impulsivos e inseguros. Con frecuencia anteponen su tranquilidad a la compleja labor de educar a un hijo.
Fuente: Guía del niño
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