sábado, 24 de marzo de 2018

3 enseñanzas que encarcelan el instinto de los niños


Algunos lo llaman sexto sentido, otros intuición y muchos instinto. Una habilidad que poseemos desde que somos pequeños, pero que con el paso de los años la lógica y la racionalidad destrozan. No todo es lógico. Gracias a nuestro instinto podemos detectar a las personas tóxicas, saber cuándo alguien no nos conviene o nos intenta hacer daño.

Al eliminar tu instinto, te conviertes en una persona más vulnerable. Entonces, ¿por qué hacemos esto?, ¿qué es lo que ha pasado? La enseñanza es lo que ha pasado. Los adultos creen que saben enseñar. Pero, no son conscientes de que hay habilidades importantes a las que no les prestan atención. El instinto, por ejemplo.

Nuestra forma de educar a los hijos viene determinada por cómo lo han hecho nuestros padres o cómo lo hacen los demás. De esta forma, repetimos patrones, sin analizarlos en profundidad para determinar si están bien o mal. Hoy te daremos algunos ejemplos de cómo ciertas actitudes que potenciamos y que creemos son buenas pueden matar el instinto de tus hijos.
Matas el instinto cuando presionas

Quizás creas que en ciertas ocasiones presionar a tus hijos puede tener resultados positivos. Pero esto no ocurre cuando se trata, por ejemplo, de abrazar o besar a otras personas. Todo el mundo tiende a querer mostrarse cariñoso con los más pequeños. Pero… ¿alguien ha pensado en si ellos quieren lo mismo?

Imagina que a ti te obligan a besar a alguien que te cae mal o a abrazar a esa persona que te no te agrada lo más mínimo. Si a tu hijo no le apetece abrazar a alguien y tú lo obligas, estás matando su instinto. Él aprenderá que  debe someterse de manera sistemática a la voluntad del adulto, con independencia de si ese adulto le agrada o no.

De igual manera, existe otro tipo de presión. Una presión que ha ido surgiendo en los últimos años y que provoca que los niños no disfruten de su infancia. Hablamos de las terribles actividades extraescolares, esas que ocupan el tiempo de los niños pero que les impide hacer lo que mejor saben y lo que más necesitan, jugar. Si es con sus padres, mejor.
Los niños aprenden desde muy pequeños a involucrarse en aquellas actividades que en teoría les hace más competitivos en el futuro, sin tener en cuenta si se sienten bien con ellas, si les hacen felices… Estamos matando su instinto. Al final, se convertirán en adultos que no sabrán realmente lo que quieren y que se dejarán llevar por lo que cualquier trabajo esclavo demande.

Los miedos no son tonterías

Cuántas veces habremos escuchado “ya eres demasiado grande para temerle al coco” o “tenerle miedo a la oscuridad es una tontería”. Con esto, intentamos tranquilizar a nuestros hijos, pero en realidad estamos ignorando un miedo. Esto, sin saberlo, se convierte en una barrera.

El niño aprenderá a ocultar sus miedos para que los demás no piensen que se está comportando de una forma ridícula. Su instinto se destruirá poco a poco, hasta que llegue el momento en el que no sepa identificar aquellos miedos verdaderos de los que no lo son. Esto puede ocasionarles graves problemas en el futuro.
Contrariamente a esta actitud, existen los padres que intentan proteger en todo momento a sus hijos. Es normal que tengas esta tentación. Pero ellos tarde o temprano tendrán que lidiar con los problemas, los miedos y las situaciones con su propia actitud y sus diferentes aptitudes. Les estás inculcando una falsa seguridad, que se va a romper drásticamente si un día no puedes alcanzar esos niveles de protección.

Cuando un niño siente esa falsa sensación de seguridad, su sexto sentido se adormece y cuando sea necesario no se despertará. Cuando cometan un error se sentirán perdidos, la inseguridad les someterá. Tenemos la errónea idea de que debemos proteger a nuestros hijos, pero lo que en verdad deberíamos enseñarles es cómo protegerse a ellos mismos.

Como padres no siempre tenemos la razón
¿Por qué siempre queremos tener la razón? Los adultos también se equivocan, pero parece que queremos ser mejores, dar una falsa apariencia de perfección. No nos damos cuenta de que somos tan humanos y tan imperfectos como los demás. Esto provoca que cometamos muchos errores.

¿Recuerdas cuando tú eras un niño? ¿Te acuerdas de cuándo no comprendías por qué te mandaban hacer algo cuando tus propios padres no predicaban con el ejemplo? Esto puede contrariar a un niño, provocando que no sepa realmente lo que está bien o lo que está mal.

El instinto de un niño se ve mermado en esta situación y en muchas otras. Como, por ejemplo, cuando no escuchamos verdaderamente a nuestros hijos porque lo que dicen son “tonterías”. Recuerda ese respeto que tú le estás queriendo inculcar a tu hijo. Él también se lo merece, ¿no lo crees?

Son muchos los patrones de comportamiento que automáticamente aplicamos con los más pequeños, sin pararnos a pensar cuáles son sus verdaderos efectos. No nos damos cuenta que matamos ese instinto con el que nacen y que podría facilitarnos mucho la vida. Entonces, ¿por qué empecinarnos en acabar con él? El instinto y la racionalidad deberían de encontrarse en equilibrio. Solamente así podremos tomar las mejores decisiones.

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