Tu hijo necesita cuidados, amor, seguridad. Pero también independencia. Y es que una excesiva protección podría traerle más dificultades que las que sus papás le quieren evitar.
Los expertos definen la sobreprotección "como un exceso de celo en el cuidado de los hijos, tanto que, a veces, lleva a los padres a ofrecerles algo que los pequeños ni siquiera han solicitado". En efecto, la sobreprotección supone una dedicación absoluta al cuidado de los niños, hasta el punto de intervenir en cualquier tipo de situación conflictiva que se les presente, con lo que impiden su aprendizaje y, por lo tanto, un correcto desarrollo en su camino hacia la madurez.
¿Y por qué actuamos así? Durante las primeras etapas de la vida del niño, éste depende totalmente de nosotros. A medida que crece, su instinto le anima a ir desligándose de los padres, a experimentar por su cuenta, a enfrentarse a nuevos retos. La necesidad de independencia forma parte de su proceso de crecimiento, para ello sus progenitores también deben estar preparados. Sin embargo, no todos lo están. A algunos les cuesta ir soltando esas ataduras y prefieren seguir con sus niños “pegaditos a sus faldas”, sin darse cuenta de que hacer los deberes por ellos, no dejarles nunca con sus abuelos, controlar sus amistades..., no sólo no les ayuda en su desarrollo, sino que puede causar el efecto contrario y retrasar su progreso psicólogico, intelectual y social; además de convertirles en adultos inseguros, miedosos, estresados, dependientes de los demás, con problemas en sus relaciones sociales y con poca tolerancia de la frustración.
Algunas pautas para evitar la sobreprotección
Y como está en tu mano evitar estas conductas, te ofrecemos algunas pautas para que puedas ofrecer a tu hijo los cuidados que necesita para sentirse seguro y querido, sin caer en una excesiva protección:
Dejar que se enfrente a las dificultades, a adaptarse a un entorno que cambia constantemente y a desarrollar sus habilidades por sí solo.
Dejarle respirar, no estar permanentemente controlándole o atosigándole con preguntas o preocupaciones por su bienestar y salud.
Favorecer que aprenda a pensar por sí solo, a asumir nuevos retos –en el deporte, por ejemplo–, a tomar la iniciativa y a adoptar sus primeras decisiones. Hazle sugerencias, pide su opinión, tenle en cuenta...
Fomentar que juegue o realice actividades con otros niños, sin la presencia constante de los adultos.
No darle todo lo que pida o lo que los padres creen que necesita. Mostrarle el valor del esfuerzo y las enseñanzas que encierran las dificultades y la frustración.
Estar a su lado cuando lo necesite, pero para apoyarle, no para solucionar sus problemas y realizar sus tareas.
Permitir que pase algún tiempo con otras personas para establecer lazos afectivos con abuelos y tíos e “independizarse” un poco de sus padres.
Tratarle de acuerdo a su edad. Permítele que coma solo o se vista cuando ya sea capaz de hacerlo; y a medida que va cumpliendo años, retírale el chupete, el biberón, la sillita de paseo...
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