Vivimos una época en la que se nos ha formado una consciencia sobre nuestra imagen, muy distinta a lo que realmente es la consciencia corporal. Hombres y mujeres, casi sin excepción, vivimos pendientes de nuestra apariencia y, sobre todo, de cómo perciben los demás esa apariencia. Adornamos y modificamos nuestros cuerpos para agradar a los demás y no para estar saludables y contentos en nuestra piel.
Ya sabemos que “niño ve, niño hace” y, como ahora me voy a referir a nuestras hijas, podemos decir que “niña ve, niña hace”. Esto significa que debemos estar bien conscientes de lo que hacemos y decimos frente a nuestras hijas, no solo las propias, sino cualquier niña que nos pueda estar observando.
Amar nuestro cuerpo debería ser una regla de práctica espiritual. Cuidarlo, apapacharlo para conservarlo sano, funcional y bello; estar conscientes de nuestra corporalidad como lo que nos permite ser funcionales y lograr muchas actividades en el día a día. No adorarlo en términos solo de textura, peso o talla, sino al nivel en que nuestros pensamientos, emociones y sentimientos afectan nuestra salud y rescatan o deterioran la imagen que tenemos de nosotras mismos.
Claro que habrá detalles pequeños o mayores de nuestro cuerpo que quisiéramos mejorar, pero eso no nos lleva al amor propio, no nos hace ser felices en nuestra piel, en nuestra talla, en nuestro peso, en nuestras formas. Un ejercicio profundo para cambiar nuestras percepciones consiste en hacernos cualquiera de los siguientes cuestionamientos y responder desde el equilibrio cuerpo-mente:
¿Qué parte de tu cuerpo no te gusta, odias, criticas o rechazas?
¿Cómo es que aprendiste a sentirte así o a creer esas cosas respecto a tu cuerpo?
¿De qué maneras maltratas, ignoras o dañas tu cuerpo?
¿Si pudieras cambiar u ocultar la parte de tu cuerpo que no te gusta, de qué manera lo harías y cómo crees que te sentirías al hacerlo?
¿Cómo consientes, cuidas y rejuveneces tu cuerpo?
¿Cómo evalúas o interpretas la apariencia de otros?
¿Cómo te gustaría que tu hija (o cualquier mujer más joven) se sintiera respecto a su cuerpo? ¿Cómo te gustaría que lo tratara?
¿Qué pasos te gustaría seguir para tener una relación más sana y hermosa con tu propio cuerpo?
¿Te das cuenta de cómo los cambios que implementes en ti, respecto a cómo te percibes, abrirá o cerrará las posibilidades de que tu hija u otras mujeres a tu alrededor amen y honren su cuerpo?
Puedes hacer este ejercicio varias veces, tratando poco a poco de incorporar algunos cambios que te ayuden a estar en mejor relación y sintonía con tu corporalidad. Ve cada vez más al fondo, integra más cambios y registra lo que vaya cambiando en tu cabeza sobre tu imagen, sobre cómo te sientes en tu cuerpo y respecto a tu cuerpo. Después intenta que tu hija o algunas mujeres en las que ejerces influencia hagan lo mismo.
Vayamos poco a poco formando una tribu femenina orgullosa de ser mujer, libre de vergüenza, libre de cargas mentales, vamos expulsando de nosotras la crítica y la dureza de opinión sobre nuestros propios cuerpos y los de nuestras hermanas, ¡eso nos ha debilitado por generaciones!
Ya es tiempo de recuperar nuestro poder de diosas, amar nuestro cuerpo y todas sus funciones, cuidarlo en devoción, desde el amor, admirarlo y agradecer todas sus capacidades. Amar nuestra piel y disfrutarla, llevarla con orgullo, con felicidad. Hagamos una nueva generación de mujeres que viva libre de hipersexualizar su imagen o de mejorarla a costa de lo que sea. Formemos mujeres libres, felices, seguras, que se amen ellas y amen a otras… en una hermandad de mujeres bellas por dentro y por fuera sin patrones ni fórmulas. Enseñemos a nuestras hijas a amar sus cuerpos.
Fuente: www.mamanatural.com.mx
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