lunes, 2 de abril de 2018

Cómo enseñar a un niño que nadie puede tocar su cuerpo.

Aunque muchas veces nos parece muy complicado y no tenemos ni idea de cómo hacerlo, es importante que le expliquemos a nuestros hijos que nadie debe tocar su cuerpo, ni obligarlos a hacer nada que no quieran. Pero, ¿cómo hacerlo sin perturbarlos al respecto?

Existen ciertas reglas que ayudan a que los niños aprendan a no permitir este tipo de contacto.

1. Enséñale que su cuerpo es suyo y que nadie puede tocarlo sin su permiso.
2. Dile a tu hijo cómo se llama cada parte de su cuerpo.(no le pongas nombres extraños a los genitales) ejemplo "ven te lavo la cosita" . En lugar de esto nombra cada parte del cuerpo con su nombre real.

3. Habla sobre su derecho de rechazar un beso o una caricia que no le guste, aunque sea de un familiar o amigo cercano a él o ella.

4. Enséñale a decir NO de forma firme e inmediata, cuando sienta que existe un contacto físico nada agradable o intenten obligarlo a hacer algo que no quiera.
5. Platica sobre la diferencia de un secreto bueno y malo, explicándole que los segundos se deben contar a la persona que le tenga confianza. (ejemplo de un secreto bueno, la fiesta de cumpleaños para mami). 

6. Los niños no tienen malicia y esto ocasiona que confíen en los demás; sin embargo, es importante que desde pequeños les enseñemos a distinguir lo bueno de lo malo (buen o mal contacto).

7. Aclárale que ningún adulto tiene derecho pedir ayuda a los niños para hacer algo (y menos aún sin permiso de los padres). Es normal que un adulto pida ayuda a otro adulto y no a un pequeño.
8. Muéstrale que no está bien si alguien mira o toca las partes privadas de su cuerpo, que son las que cubren su ropa interior; y si eso sucede, que no tengan miedo de decir NO, irse del lugar e ir con una persona de su confianza a contarle lo sucedido.

Mantén una conversación abierta con tus hijos para que tengan la plena confianza de contarte todo lo que les sucede, no importa si tiene uno, dos, tres o cinco años. Hazlos sentir seguros y protegidos por ti.

Ama y acepta a tu familia tal cual es, si esperas recibir lo mismo.

Muchas veces nos sentimos frustrados y decepcionados de nuestra familia, existen infinidades de cosas que quisiéramos cambiar, modificar o simplemente no tener nada que ver con determinadas situaciones, de allí que muchas personas argumenten que la familia no la escogemos, sin embargo, si observamos desde la sabiduría de la vida y del universo, nos daremos cuenta que nada ocurre por mera casualidad.

El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia. Gilbert Keith Chesterton
El nido familiar suele convertirse en nuestra principal fuente de conocimientos, de experiencias, de sensaciones y emociones, allí aprendemos lo inicial de la vida, para bien o para mal, conformes o inconformes, el mundo para cada uno parte del entorno que lo rodea, de su familia. Consanguínea, de crianza, de confianza o como quieran llamarla, esas personas que va haciéndose parte inseparable de nuestro día a día, conforman nuestra familia, para muchos se convierte en hogar, para otros en tormento.

El caso es que sean como sean, cada uno de los protagonistas de cada escenario de nuestra vida, es nuestra familia y si realmente esperamos no ser juzgados, más bien ser aceptados tal y cual somos, pues lo mismo le debemos a nuestra familia, de allí la imperiosa necesidad de la tolerancia en estos mundos.
Nuestros padres, hermanos, abuelos, primos…siempre existen personas de nuestra familia que no nos despiertan afinidad alguna, y están los otros a quienes sentimos que amamos casi naturalmente, y es que en realidad el amor pasa por todos, pero el nivel de afinidad es lo que deriva en mayor o menor tolerancia, incluso cuando amamos mucho a alguien, más sufrimos por sus acciones y decisiones y esto va levantando una barrera entre nosotros y nuestros familiares.

Ocurre que la vida nos enseña que la afinidad ganada no necesita refuerzo, cuando sentimos amor por alguien, confiamos en esa persona y nos resulta muy grato estar a su lado, sabemos entonces que este vínculo está consolidado, entonces cabría la pregunta… ¿con quiénes debemos esforzarnos más para lograr afinidad? ¿Con quiénes ya la tenemos?…por el contrario, con aquellas personas con quienes somos menos tolerantes, es donde más tenemos que aprender.
Las familias unidas, armoniosas, solidarias y realmente hogareñas, suelen ser un aliciente para el alma, un descanso, un bálsamo entre tanta lucha, sin embargo, aunque algunas veces existan las turbulencias, es menester no olvidar que la familia tiene una gran razón de ser, y es precisamente ese pilar esencial de la vida, esa ancla que nos recuerda que somos muchos, que nos toca lidiar con todos y que aprender a aceptarnos como somos y hacerlo extensivo a los demás, puede hacer una gran diferencia en nuestra vida.
"La felicidad solo puede existir en la aceptación. Denis de Rougamont"

Aceptemos a nuestra familia, no importa que no compartamos muchas de sus decisiones o acciones, algunas veces basta la compañía o simplemente escuchar de los demás para aprender, sin juzgar, sin criticar destructivamente y sin pretender que se es mejor, todos tenemos la oportunidad en esta vida de redimirnos, de ser mejores personas, de ser aceptados, pues si es lo que queremos recibir de los demás, debemos aprender a darlo en primera instancia.

Descubre si tu hijo se porta mal o tiene déficit de atención

Ves a un niño distraído, desorganizado, que se le pierden las cosas y le cuesta trabajo prestar atención. Continúas observándolo y parecería que al pequeño le hablan y no escucha, que quiere correr todo el tiempo e incluso da la impresión de que tiene un “motorcito” por dentro que le impide quedarse quieto.

Ese niño creció y ahora es un adulto disfuncional, descuidado, empieza tareas y no las termina, no presta atención, es impuntual en su trabajo, se le olvidan las cosas, a veces puede ser impulsivo y se le hace difícil mantener relaciones interpersonales saludables, y quienes le rodean perciben sus actitudes como dejadez o falta de compromiso.

Por otro lado, ves a un niño que continuamente grita, no obedece y no responde las reglas de sus padres, cuidadores u otro adulto. ¿Es indisciplina o déficit de atención?
Según la neuróloga pediátrica Karen Cruz, los comportamientos de inatención y descuido, la dificultad para completar tareas o enfocarse, así como ser olvidadizo o impulsivo forman parte de los múltiples síntomas que exhiben quienes padecen el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Sin embargo, para que un niño, adolescente o adulto pueda ser diagnosticado con la condición, debe replicar estas señales en dos o más escenarios -por ejemplo, en su casa y en la escuela o trabajo- de tal manera que afecte sus funciones cotidianas, explicó la doctora.

Sobre la frecuente confusión entre lo que es un caso de indisciplina versus uno de TDAH, la especialista aclaró que, si el menor sólo se comporta de esa manera en su casa, “ese niño lo que puede tener es un problema de conducta por el entorno familiar, no porque tenga un trastorno”.
“Esto es un diagnóstico clínico. No hay un estudio como tal que pueda hacerse por sangre o por un estudio de la cabeza (para determinar que un paciente tiene TDAH)”, indicó Cruz. “Lo importante es que ese niño tenga esos síntomas y que esos síntomas interfieran en la vida de ese niño significativamente. O sea, que interfieran en su entorno escolar, social, familiar o, si es un adulto, en su vida familiar o laboral”, añadió la doctora al destacar que un niño o un adulto podría presentar algunos de esos síntomas y ser capaz de controlarlos sin necesidad de tratamiento.

“Si no tiene los síntomas en dos entornos o más, entonces hay otro problema que podría ser falta de disciplina o algún otro trastorno que puede ser detectado mediante una consulta con un psicólogo o un psiquiatra”, reiteró.

La profesional reveló que en Puerto Rico cualifican por síntomas para el diagnóstico de TDAH entre un 9 y un 13% de los niños. Mientras, en Estados Unidos el 11% de la población de menores entre cuatro y 17 años (6.4 millones) han sido diagnosticados con la condición, de acuerdo con un informe de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) divulgado en 2011.
En el caso de los adultos con TDAH, son menos precisas las estadísticas debido a que, por lo general, recurren a psiquiatras ó a psicólogos para buscar ayuda a causa de una condición no diagnosticada. Por ejemplo, porque notan que tienen dificultad para concentrarse, se sienten ansiosos u olvidan las cosas fácilmente.

El proceso de diagnosticar

La neuróloga afirmó que a partir de los seis años es posible diagnosticar a un menor si presenta más de seis síntomas por al menos seis meses. “El diagnóstico final debe ser por un psiquiatra de niños y adolescentes o por un neurólogo pediátrico. Sin embargo, en muchas ocasiones, es un psicólogo escolar quien detecta la condición y lo refiere a un especialista”, abundó Cruz.
Una vez el niño llega al consultorio, la doctora explicó que se procede a realizar un examen físico y un historial. “En ese historial es que el padre dice los síntomas que el niño presenta, se envían cuestionarios a los maestros o cuidadores de ese niño para ver que el niño tiene los mismos síntomas en distintos entornos”, agregó.

Sobre los adultos que padecen el trastorno, la neuróloga señaló que es recomendable realizar pruebas de laboratorio y consultar a un cardiólogo antes de comenzar cualquier tratamiento químico estimulante recetado por un especialista.

Aunque el TDAH no es un trastorno curable, existen opciones de tratamientos multidisciplinarios que pueden ayudar a que los pacientes disfruten una vida normal y productiva, aseguró Cruz.

Estrategias terapéuticas
No todos los pacientes con el trastorno de déficit de atención e hiperactividad requieren ser medicados con estimulantes debido a que, según la neuróloga, hay que evaluar si los beneficios del tratamiento químico serán superiores a los efectos secundarios.


“Estas medicinas lo que hacen es trabajar con los neurotransmisores para estabilizar y que el niño pueda funcionar mejor. Al niño que es inatento, lo enfoca; y al que es hiperactivo, lo va a tranquilizar.

No es un tratamiento curativo. Es de mantenimiento para que ese niño pueda ir modificando su conducta y evite tener tantas dificultades”, afirmó la doctora.

El tratamiento preferido para los pacientes de TDAH es la terapia ofrecida por un psicólogo en consulta con un neurólogo o psiquiatra.
La psicóloga Amalia Alicea explicó que la terapia de modificación de conducta, que requiere la presencia y compromiso de los padres o cuidadores, es una de las principales herramientas que utiliza en su consultorio para atender a pacientes ya diagnosticados. Con este tipo de tratamiento, se le enseña al niño a desarrollar hábitos de estudio, a realizar actividades en casa que requieran que preste atención y otras estrategias para que el menor aprenda cómo manejar sus síntomas y sea funcional.

La psicóloga agregó que en la terapia también se trabajan aspectos cognitivos para lograr que el niño aprenda a redirigir sus pensamientos y así, eventualmente, su conducta también cambiará.

“Una vez se evalúa y se diagnostica al niño, se establece un plan de tratamiento. Dentro de ese plan, se establecen metas para que el niño y la familia las vean. Así, se incorpora el modelo terapéutico y las técnicas que se vayan a utilizar. Sin embargo, la realidad es que si papá y mamá no se involucran o las personas encargadas, la terapia no va a funcionar”, declaró la especialista en conducta humana.

Y es que Alicea precisó que, para que la terapia funcione, es vital que los padres o encargados continúen las estrategias en la casa porque, eventualmente, “la terapia se va a acabar. Hay niños que parecen no responder al tratamiento, pero es porque en el hogar no se les da seguimiento”, destacó.

¿Cuáles son los síntomas del trastorno de déficit de atención e hiperactividad?

Según la doctora Cruz, existen tres tipos del trastorno: inatento, que muchas veces pasa desapercibido; hiperactivo impulsivo y el combinado, que es el más común. Para lograr un diagnóstico, la persona debe presentar seis o más de estos síntomas y que los mismos hayan persistido por seis meses o más. Aplica a los adultos de igual manera aunque, según Cruz, en adultos el TDAH se manifiesta más en su modalidad de inatención.

Síntomas:

No escucha con atención.

Tiene dificultad para completar tareas.

Es desorganizado.

Se le pierden las cosas.

Se distrae fácilmente.

Se le olvidan las actividades diarias.

Le hablas y parece que no escucha.

Falta de atención.

Comete muchos errores por descuido.

No presta atención a los detalles

Síntomas de hiperactividad / impulsividad:


Es inquieto.

Se levanta de su silla frecuentemente.

Corre excesivamente o en lugares inapropiados.

Siempre está en movimiento.

Dice que siente como si tuviera un “motor” por dentro.

Habla excesivamente.

Dificultad para participar en actividades silenciosas.

Deja tareas incompletas.

Responde abruptamente sin pensar.

No puede esperar su turno.

Interrumpe conversaciones.

Es impaciente.

Quiere ser el primero en todo

Fuente:http://www.eldiariony.com

3 consejos para criar hijos mentalmente fuertes hoy en día


Los desafíos, las dificultades y los problemas son inevitables. Enseñar a tus niños a desarrollar su capacidad mental puede hacerlos más resilientes. Además, también es la clave para ayudarlos a alcanzar su mayor potencial en la vida.

Sin embargo, es fácil quedar atrapados en los problemas cotidianos como la tarea o el fútbol. Tanto que olvidas tener una visión más amplia de lo que significa ser padres. Por lo que, tus hijos podrían no estar desarrollando la fortaleza mental que necesitan para convertirse en adultos responsables.
Por esto, te traemos tres consejos que pueden ayudar a que tus hijos se conviertan en la mejor versión de ellos mismos…

1. Enséñales a pensar de manera realista

La forma en que piensa tu hijo afecta la forma en que se siente y se comporta. Entonces, es esencial enseñarle cómo lidiar con esos pensamientos excesivamente negativos.

Los niños luchan con muchos de los pensamientos que tienen los adultos: pensamiento catastrófico, dudas personales y críticas severas. Y a veces, como padres nos apresuramos a decir cosas como “deja de preocuparte” o “todo saldrá bien” cuando los niños expresan estas inquietudes, restándoles importancia.
De hecho, la mayoría de los padres nunca les enseña a los niños cómo desarrollar un diálogo interno más saludable. Y, por supuesto, la solución no es simplemente “pensar en positivo”. Los niños que confían en que todo saldrá bien no están preparados para los desafíos de la vida real y ese lado negativo.

Aquellos pequeños que piensan de manera realista se sienten mejor consigo mismos y son más resilientes. Por ejemplo, un niño que piensa “nunca seré capaz de pasar la clase de matemáticas”, puede aprender a replantear su pensamiento negativo diciéndose a sí mismo: “Puedo mejorar mi calificación estudiando mucho, pidiendo ayuda y haciendo mis deberes”.

¿Cómo enseñarlo?
Anímalo a convertirse en un detective que evalúa la evidencia que respalda y refuta sus suposiciones. Cuando tu hijo diga algo negativo, pregúntale: “¿Qué te hace pensar que es verdad?” y “¿qué te hace pensar que esto podría no ser verdad?” Enséñale a desafiar sus pensamientos y demostrar que está equivocado.

2. Muéstrale cómo manejar sus emociones

Una encuesta nacional de estudiantes universitarios descubrió que más del 60% de los jóvenes no se sienten emocionalmente preparados para las realidades de la vida. Carecen de habilidades para lidiar con aquellas emociones incómodas como la soledad, la tristeza y la ansiedad.

Algunos padres ante estas situaciones les dicen a sus hijos: “no tengas miedo” o “no es gran cosa”. Pero esto les enseña a los pequeños que sus sentimientos están equivocados o que no pueden manejar sus emociones.
Por esto, es importante educar a tus hijos sobre sus emociones y sobre cómo estas influyen en ellos. Un niño que puede decir: “Estoy ansioso y esto me hace querer evitar cosas aterradoras” estará mejor equipado para enfrentar sus miedos. También tendrá una mejor comprensión de cómo sobrellevar sus emociones y tendrá más confianza en su capacidad para manejar las situaciones que le generan incomodidad.

¿Cómo enseñarlo?

Enséñale a tu hijo a reconocer sus sentimientos. Etiquetar sus emociones es el primer paso para comprender cómo estas influyen en sus decisiones. Préstale atención a las emociones de tu hijo y muéstrale que tiene varias opciones para lidiar con estas.
3. Aliéntalo a tomar medidas positivas

Pensar de manera realista y sentirse bien es solo la mitad de la batalla. Los niños también necesitan tomar medidas positivas.


Desafortunadamente, como padres muchas veces nos apresuramos a rescatar a nuestros niños de sus problemas. Y, en consecuencia, estos no aprenden a tomar decisiones saludables por sí mismos.

Tomar medidas positivas significa enfrentar sus miedos, perseverar cuando están cansados ​​y actuar de acuerdo con sus valores, incluso cuando no es lo más popular entre sus compañeros. Los niños que confían en que pueden actuar en contra de sus sentimientos y que pueden tolerar sentirse incómodos tienen una ventaja competitiva en todo lo que hacen en la vida.
¿Cómo enseñarlo?

Muéstrale a tu hijo de forma proactiva habilidades para resolver problemas. Él o ella tiene el poder de hacer una diferencia en su vida y en las vidas de otras personas. Ayúdalo a que siga un camino que lo lleve día a día a convertirse en la mejor versión de sí mismo.

Los gritos dañan el cerebro infantil

La educación poco tiene que ver con la imposición y nada con el grito. De hecho, este último puede producir daños importantes en el cerebro infantil.


Porque educar gritando es poco útil, o al menos, así lo señalan diferentes estudios. Además, detrás de muchos de estos gritos solo se encuentra la impotencia de los padres para trasmitir la información que desean de otra manera. Así, los gritos son una liberación de energía que no se trasmite necesariamente al contenido que tratan de imponer y más cuando los receptores son los niños.

Los gritos de la impotencia
Autores, como Aaron James, afirman que gritar más no te hace tener más razón ni te confiere necesariamente una posición de ventaja en una discusión. Así lo ha confirmado en sus estudios, refiriéndose incluso al actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump. De esta manera, si queremos tener la razón, no será gritando como esta nos asistirá. Más bien habrá que razonar los motivos en vez de alzar la voz.

Por lo general, los gritos aparecen cuando alguien pierde el control. De manera que son el mensaje y el estado emocional los que se apoderan del control de la expresividad, haciendo que las formas emborronen precisamente el propio mensaje. Además, si con los adultos pasa, el efecto debastador de los gritos se vuelve exponencial cuando los receptores de los mismos son los niños.

Los gritos que afectan al cerebro infantil

Ahora, según un nuevo estudio publicado desde la Universidad de Pittsburgh, se ha descubierto que estos gritos, especialmente cuando son emitidos con regularidad hacia el cerebro infantil, encierran un buen número de riesgos para su desarrollo psicológico.

Es decir, que todos aquellos que opten de manera frecuente por los gritos, con el objetivo de dirigir o regañar, están aumentando este riesgo del que hablábamos. De hecho, como consecuencia de los gritos es fácil que los niños emitan como respuestas conductas agresivas o defensivas.
El estudio fue llevado a cabo entre casi 1000 familias con niños entre uno y dos años. En él descubrieron que las formas de crianza que recurrían habitualmente a los gritos estaban asociadas con la aparición de síntomas depresivos y problemas conductuales durante su adolescencia, a partir de los 13 y 14 años.

De hecho, también publican que el grito no solo no minimiza los problemas, sino que los agrava. Por ejemplo, en lo referente a la desobediencia. Mientras, los padres más cálidos con sus hijos lograban que el impacto del grito se minimizase en gran medida.

Más estudios al respecto

Sin embargo, este no es el único estudio al respecto que se ha llevado a cabo. También, desde la prestigiosa Escuela de Medicina de Harvard, concretamente desde su departamento de psiquiatría, afirman que el maltrato verbal, el grito, la humillación o la combinación de los tres elementos alteran de forma permanente la estructura cerebral infantil.
Tras analizar a más de 50 niños con problemas psiquiátricos por el mal hacer familiar y compararlos con casi 100 sanos, hicieron descubrimiento alarmantes. Por ejemplo, una reducción grave del cuerpo calloso, es decir, la parte que conecta ambos hemisferios.

De esta forma, al tener ambas mitades del cerebro menos integradas, los cambios en la personalidad y ánimo son más marcados, comprometiendo la estabilidad emocional. Otra de las consecuencias de esta conectividad mermada es la dispersión atencional.
¿Cómo podemos terminar con los gritos?

Es cierto que los pequeños a veces pueden volvernos locos, pero el grito nunca es la solución, por muy al límite que nos lleven. Para evitar caer en esta tentación podemos utilizar algunas de las siguientes estrategias:

Gritar es perder el control. Si perdemos el control, abandonamos toda capacidad de disciplinar correctamente al pequeño.

Evita los momentos estresantes. A veces es complejo, pero con una buena labor de observación, sabremos cuándo acabamos por gritar. Así pues, si detectamos el patrón, podremos trabajar para eliminarlo.
Cálmate antes de actuar. Busca una secuencia o imagen o algo que te tranquilice cuando te encuentres al límite. De esta forma evitarás perder el control. Es decir, para un momento, relaja y asume el mando.

Ni te culpes ni te excedas. O sea, ten cuidado con las expectativas que generas sobre el pequeño. Además, no le culpes porque no alcance las cuotas que te gustaría. Es un niño, lo importante es que disfrute, sea feliz y se desarrolle correctamente.

Ahora, ya sabemos el daño que los gritos frecuentes pueden provocar en el cerebro infantil. Así, en nuestras manos está, como adultos y personas responsables, dar paso a otras formas de expresión alternativas que le den fuerza al mensaje sin causar daño al cerebro de los niños.

El hijo olvidado: infancias en el rincón del desafecto

El hijo olvidado, el niño que no fue amado por sus padres, yace largamente olvidado en el rincón del desafecto. Permanecerá ahí durante décadas, sin importar que la suya sea ya una vida de adulto, porque cuando uno siente que la infancia le fue robada y el amor negado, sigue vinculado a esa criatura hambrienta y enfadada del ayer. Sigue pegado a ese trauma de dimensiones gigantescas.

En el libro “Parenting from the Inside Out” del psiquiatra y profesor Daniel J. Siegel, se nos ofrece un término que encaja muy bien con ese niño, con ese hijo olvidado antes citado: cultura de la vergüenza. Tras estas dos palabras tan impactantes se esconde una realidad soterrada de la que no siempre somos conscientes.
Nos referimos a esos pequeños que viven avergonzados, confusos por no entender por qué no están recibiendo esos principios que definen toda dinámica familiar: reconocimiento, comprensión, cariño, afecto, dedicación, seguridad…

El hijo olvidado es aquel que carece de cualquier rol en una casa. Es el vástago que pide y no recibe, es el niño que un día comprendió que llorar no sirve de nada, es la persona que jamás se vio reflejada en la mirada de sus padres, en el calor de una piel o en el refugio de unos brazos. El hijo olvidado jamás tuvo un hogar auténtico ni la caricia de una voz que le asegurara que todo iba a ir bien. Tampoco nadie le enseñó a creer, ya sea en la magia, en el universo y aún menos en él mismo.
Los niños de la cultura de la vergüenza se acaban perdiendo en el abismo del desarraigo, de la rabia y del silencio. Un escenario vital desalentador que, lo creamos o no, abunda en exceso en nuestra sociedad…

Muchos de nosotros pensamos casi al instante que el hijo olvidado vive, cómo no, en el seno de una familia disfuncional. Son sin duda esos entornos donde las dinámicas internas se caracterizan por la violencia física o verbal, la inmadurez de los padres, la presencia de algún trastorno mental en alguno de ellos, la marginación o incluso por qué no, alguna actividad delictiva que hace de ese escenario, un auténtico agujero negro de desajustes emocionales, inseguridad y miedo.

Bien, cabe matizar algo importante: el hijo olvidado habita también muy cerca de nosotros. En ese hogar de nuestros vecinos, por ejemplo, ahí, en esa casa elegante, de tres alturas y cuyos padres, amables siempre, brillantes en sus trabajos y ocupadísimos cada día, llevan de la mano a un niño silencioso, de mirada inmensa, cuajada de curiosidad pero en cuyas profundidades, yace la tristeza. El hijo olvidado es también ese pequeño que va al colegio de 9 a 5, y que de 5 a 8 cumple sus actividades extraescolares.
Es ese niño que tiene las llaves de su casa, que va y viene solo porque sus padres trabajan todo el día, como debe ser, y que llegan cansados y a las tantas, sin ganas de de interactuar, de escuchar de atender. Como nunca debería ser. Aquí, evidentemente, no hay marginación, ni ningún tipo de violencia pero sí un tipo de disfunción muy clara, sí un tipo de “maltrato”: la falta de una amor real, la falta de una maternidad y una paternidad consciente y presente, y ante todo, sentida por parte del niño.

Nadie merece vivir en el rincón del desafecto

Nadie debería vivir en el cuarto oscuro del desafecto. Pasar la infancia en este espacio subterráneo habitado por las sombras, los vacíos y el desconcierto afectivo, produce en ese niño una serie de conflictos internos que en el mejor de los casos tardará varias décadas en resolver. Curiosamente, la propia Elizabeth Kübler-Ross escribió en su libro “El duelo y el dolor” que las infancias traumáticas exigen también tener que pasar por un duelo muy singular.
La psiquiatra suizo-estadounidense explicaba que era como iniciar una cirugía sobre una serie de emociones desordenadas y escondidas a su vez en cajas aún más desordenadas. Es un mundo interior caótico donde todo se vive a la vez: la rabia, la ira, la decepción, la negación y la depresión. 

El hijo olvidado se convierte a menudo en un adulto inaccesible, en esas personas que gustan pasar desapercibidas, diluyéndose en sus propios universos personales sin ser capaces de consolidar relaciones significativas y duraderas. Esto es así porque de algún modo, siguen viviendo en esa cultura de la vergüenza, ahí donde preguntarse a casi cada instante por qué ocurrió, qué hicieron ellos para que se les negara ese amor con el que uno puede empezar a construir y construirse como persona.
Nadie merece vivir en el rincón del desafecto, y menos los niños. Nuestros pequeños merecen ser atendidos con el lenguaje del cariño infatigable, merecen nuestro tiempo y días tan largos a su lado como los veranos finlandeses donde la luz es eterna, merecen también nuestra paciencia de pasos de tortuga y ese consuelo que se escampa al infinito como las ondas de agua en un estanque.

Para concluir una propuesta: invirtamos en una crianza y en una educación consciente que evite la aparición de más hijos olvidados, de más infancias perdidas. Piensa que, lo queramos o no, afectan a la libertad y plenitud de nuestra vida adulta.

sábado, 31 de marzo de 2018

Mi Hijo Miente: Las Primeras Mentiras.

Un buen día, sin saber cómo nuestro hijo nos salta con una “mentirijilla”. Nada importante ni nada grave. Algo intrascendente y totalmente inocente. Porque las primeras mentiras juegan un importante papel experimental y exploratorio que nada tiene que ver con un supuesto signo de maldad

¿Por qué aparecen las primeras mentiras?

Cuando nos intentan engañar o juegan a mantener un secreto, nuestros niños están comprobando que su mundo interno y el nuestro son diferentes.
Están constatando que sus pensamientos son suyos y que si quieren los comparten o no. Es aquí cuando descubren que el engaño es posible, que cuando se habla hay que tener en cuenta lo que el otro sabe y lo que no.
Esto supone un hito muy importante en el desarrollo cognitivo, ya que constituye un primer paso hacia la superación del egocentrismo infantil y la comprensión del mundo interpersonal.

¿Qué debemos hacer los padres?
De los 3 a los 5 años deberíamos evitar llamarles mentirosos o ponerlos en ridículo. A esta edad debemos tener cierta tolerancia y algo de complicidad con algunas “mentirijillas” como cuando nos dicen que su peluche preferido les ha dicho que hoy cenaríamos “chuches” y que luego dormiría con mamá. Este tipo de mentiras son parte de la fantasía del niño de esta edad.
En cambio, las mentiras que tienen por objetivo evitar ser regañado, el típico “yo no he sido, ha sido él” han de ser tratadas también sin ponernos nerviosos y llamarle mentiroso. No obstante, hemos de hacerle saber claramente que no aprobamos las mentiras, que hay que ser sincero y que es importante explicar siempre la verdad. Si nosotros no utilizamos nunca la mentira con nuestros hijos ellos aprenderán más rápido la importancia de este concepto. 
Los padres, abuelos también, debemos evitar mentir o engañar a nuestros hijos ya que generan desconfianza e imitación, a parte de proporcionar una visión deformada de la realidad y del mundo en el que viven. Esto no significa que algunas informaciones no puedan darse de un modo diferente en función de la edad y que obviamente no siempre será posible explicarles todo, en algunas ocasiones tendremos que callar o ocultarles algunas informaciones.
Cuando el niño nos miente ocasionalmente no tiene excesiva importancia, es cuando estas mentiras se repiten una y otra vez. En estos casos los padres debemos preguntarnos el motivo, la causa, el porqué. ¿Utilizamos las mentiras o somos poco sinceros con nuestros hijos dándoles mal ejemplo? ¿Basamos su educación en el castigo, las reprimendas y la culpa? Ante estas preguntas debemos tener en cuenta que es muy difícil exigirle a un niño sinceridad si está creciendo en un ambiente que le genera temor o culpa, y le engañan frecuentemente.
Fuente: Mamá psicóloga infantil.