Porque educar gritando es poco útil, o al menos, así lo señalan diferentes estudios. Además, detrás de muchos de estos gritos solo se encuentra la impotencia de los padres para trasmitir la información que desean de otra manera. Así, los gritos son una liberación de energía que no se trasmite necesariamente al contenido que tratan de imponer y más cuando los receptores son los niños.
Los gritos de la impotencia
Autores, como Aaron James, afirman que gritar más no te hace tener más razón ni te confiere necesariamente una posición de ventaja en una discusión. Así lo ha confirmado en sus estudios, refiriéndose incluso al actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump. De esta manera, si queremos tener la razón, no será gritando como esta nos asistirá. Más bien habrá que razonar los motivos en vez de alzar la voz.
Por lo general, los gritos aparecen cuando alguien pierde el control. De manera que son el mensaje y el estado emocional los que se apoderan del control de la expresividad, haciendo que las formas emborronen precisamente el propio mensaje. Además, si con los adultos pasa, el efecto debastador de los gritos se vuelve exponencial cuando los receptores de los mismos son los niños.
Los gritos que afectan al cerebro infantil
Ahora, según un nuevo estudio publicado desde la Universidad de Pittsburgh, se ha descubierto que estos gritos, especialmente cuando son emitidos con regularidad hacia el cerebro infantil, encierran un buen número de riesgos para su desarrollo psicológico.
Es decir, que todos aquellos que opten de manera frecuente por los gritos, con el objetivo de dirigir o regañar, están aumentando este riesgo del que hablábamos. De hecho, como consecuencia de los gritos es fácil que los niños emitan como respuestas conductas agresivas o defensivas.
El estudio fue llevado a cabo entre casi 1000 familias con niños entre uno y dos años. En él descubrieron que las formas de crianza que recurrían habitualmente a los gritos estaban asociadas con la aparición de síntomas depresivos y problemas conductuales durante su adolescencia, a partir de los 13 y 14 años.
De hecho, también publican que el grito no solo no minimiza los problemas, sino que los agrava. Por ejemplo, en lo referente a la desobediencia. Mientras, los padres más cálidos con sus hijos lograban que el impacto del grito se minimizase en gran medida.
Más estudios al respecto
Sin embargo, este no es el único estudio al respecto que se ha llevado a cabo. También, desde la prestigiosa Escuela de Medicina de Harvard, concretamente desde su departamento de psiquiatría, afirman que el maltrato verbal, el grito, la humillación o la combinación de los tres elementos alteran de forma permanente la estructura cerebral infantil.
Tras analizar a más de 50 niños con problemas psiquiátricos por el mal hacer familiar y compararlos con casi 100 sanos, hicieron descubrimiento alarmantes. Por ejemplo, una reducción grave del cuerpo calloso, es decir, la parte que conecta ambos hemisferios.
De esta forma, al tener ambas mitades del cerebro menos integradas, los cambios en la personalidad y ánimo son más marcados, comprometiendo la estabilidad emocional. Otra de las consecuencias de esta conectividad mermada es la dispersión atencional.
¿Cómo podemos terminar con los gritos?
Es cierto que los pequeños a veces pueden volvernos locos, pero el grito nunca es la solución, por muy al límite que nos lleven. Para evitar caer en esta tentación podemos utilizar algunas de las siguientes estrategias:
Gritar es perder el control. Si perdemos el control, abandonamos toda capacidad de disciplinar correctamente al pequeño.
Evita los momentos estresantes. A veces es complejo, pero con una buena labor de observación, sabremos cuándo acabamos por gritar. Así pues, si detectamos el patrón, podremos trabajar para eliminarlo.
Cálmate antes de actuar. Busca una secuencia o imagen o algo que te tranquilice cuando te encuentres al límite. De esta forma evitarás perder el control. Es decir, para un momento, relaja y asume el mando.
Ni te culpes ni te excedas. O sea, ten cuidado con las expectativas que generas sobre el pequeño. Además, no le culpes porque no alcance las cuotas que te gustaría. Es un niño, lo importante es que disfrute, sea feliz y se desarrolle correctamente.
Ahora, ya sabemos el daño que los gritos frecuentes pueden provocar en el cerebro infantil. Así, en nuestras manos está, como adultos y personas responsables, dar paso a otras formas de expresión alternativas que le den fuerza al mensaje sin causar daño al cerebro de los niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario