Durante la infancia se empieza a construir la identidad personal y se gestan la mayoría de traumas emocionales. Cualquier negligencia por parte de los cuidadores o cualquier situación grave que provoque cierto desequilibrio en el entorno ocasionará graves problemas a los más pequeños. Uno de ellos es lo que denominamos como robo de la infancia.
El robo de la infancia puede darse de múltiples maneras, pero existen dos manifestaciones que debemos conocer. La primera es esa sensación de que no existió una infancia como tal. Es como si esa fase no se hubiese experimentado, como si se hubiese suprimido. La segunda, en cambio, hace referencia a un vacío interior, algo que falta, pero que uno no sabe cómo explicar.
El robo de la infancia por parte de la familia
El robo de la infancia puede darse por parte de los miembros de la familia. Suelen ser los cuidadores o familiares cercanos, ya sean hermanos, tíos, abuelos… Los actos que se llevan a cabo afectan a los más pequeños, a pesar de la creencia de que estos no se acordarán en un futuro de lo sucedido. Veamos algunos testimonios de personas reales.
Natalia tenía tan solo 5 años cuando su padre le dijo que nadie la quería y que su futuro se encontraba en la prostitución. Tanto su padre, como su tío y el novio de su madre abusaron sexualmente de ella hasta que a la edad de 11 años le dijo a una amiga que creía que estaba embarazada. Ahí empezó todo un proceso en el que se arrojó luz sobre lo que le había ocurrido a Natalia.
La psicóloga que trató a Natalia afirmó: “Es la persona que más he visto sufrir las consecuencias de unos abusos y llevo muchos años en esto. Se bloqueaba, se quedaba sin palabras, se iba. No hablaba ni se movía”. Aunque hoy Natalia tiene una vida normal de pareja, incluso hijos, se rompe si se le pregunta por su pasado. Un pasado que aún le duele. El robo de la infancia que su padre, tío y novio de su madre protagonizaron.
“Ya no distinguía entre afecto y contacto sexual. Tenía una conducta muy sexualizada”.
Otro caso es el de Patricia que tras vivir una experiencia en la que su padre maltrataba a su madre, estos se separaron. Pero, le dieron su custodia y la de su hermano pequeño a su padre. Solo tenía seis años y su hermano cuatro. En sus propias palabras dice:
“Él nos amenazó una vez con estrellar el coche con nosotros dentro. Nos amenazaba cada dos por tres con llevarnos a un centro de acogida. Hacía como que llamaba por teléfono y me decía ‘haz las maletas que vienen a buscarte, porque allí es donde llevan a los niños que nadie quiere'”.
Consecuencias en la edad adulta
Los casos anteriores son ejemplos de robos de la infancia, pero también existen otros tipos como comprometer a un hijo a una edad muy temprana, ejercer la manipulación y el maltrato e incluso, la negligencia emocional o el abandono. Todas estas situaciones provocan una ruptura del equilibrio que debería predominar y que tienen graves consecuencias en la edad adulta.
Cuando una persona afirma que no ha tenido una infancia e incluso que apenas recuerda cosas de cuando era pequeño, suele carecer de una base sólida sobre la que desarrollar su identidad. Un soporte inestable que por momentos se vuelve inexistente. Incluso, a pesar de que destaque en la vida de alguna manera, siempre llevará consigo esos momentos que no querrá mirar… Todos aquellos relacionados con las emociones, el autoconocimiento y las relaciones con los demás.
El robo de la infancia provoca también el desarrollo de cierta dependencia emocional. Sobre todo en aquellas personas que han experimentado un abandono por parte de sus progenitores. Otros, desarrollan un miedo atroz al sexo o como le pasaba a Natalia, no son capaces de diferenciar entre afecto y contacto sexual.
Algunas de las actitudes que presentan los adultos que han sufrido un robo de la infancia pueden ser la represión de las emociones, la incapacidad de nombrar a las personas que les han hecho daño o la negación de lo ocurrido, entre otras.
Para sanar estas heridas emocionales se necesita un trabajo de años y en la mayoría de los casos, con un especialista. Recomponer los trozos de una infancia resquebrajada, pisoteada y maltratada requiere un esfuerzo descomunal.
El robo de la infancia de cualquier menor es algo muy grave. Los responsables son los adultos que creen que los niños no se enteran de nada, que pueden hacer con ellos lo que quieran o que son meros objetos con los que jugar. No se dan cuenta de que el verdadero daño se lo hacen a nivel emocional. Una herida que perdura durante años y que cuando sale a flote sorprende a todos. Un dolor necesario de sanar y perdonar para poder seguir adelante.
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