sábado, 13 de enero de 2018

¿Debemos hacerle platos divertidos para que coma más

Si a los padres les gusta hacerlos, estupendo. Pero para animar al hijo a acabarse el plato... no. El Dr. Carlos González explica porqué el niño no debe comer más de lo que come y cómo alimentarle sin complicarse la vida.

Platos divertidos

¿Es malo hacerles a los niños platos originales y divertidos? Claro que no. A muchos cocineros les gusta cuidar la presentación de sus recetas. Hazlo si te gusta, si disfrutas creando en la cocina y si no te importa que te lo vuelvan a pedir. Para los cocineros creativos, los niños pequeños resultan un público muy agradecido. A diferencia de las esposas («¿Y qué dices que es esto? ¡Pues no se parece nada!») y de los hijos adolescentes («¡Papaaaa, qué es esta ridiculez?»), los niños pequeños suelen recibir con asombro, genuina admiración y hasta entusiasmo cualquier plato que se salga de lo común.
Hay que respetar su apetito
¿Así comerá más? Espero que no. En estos momentos tenemos en muchas partes del mundo  una grave epidemia de sobrepeso y obesidad, que afecta a casi tres de cada diez niños. Es un importante problema de salud. Los niños no tienen que comer más. No hay que hacer nada, nunca, para que coman más. Porque es innecesario, porque es indigno, porque habitualmente es contraproducente y convertimos la comida en una batalla, y porque en algunos casos se corre el riesgo de que el niño, efectivamente, coma más de lo que necesita.

Ahora bien, si haces estos platos para disfrutar cocinándolos y para que tu hijo se alegre viéndolos, pues magnífico. Aunque tal vez tu hijo decida admirar la obra de arte, mejorarla con algunos toques personales y no comérsela.
Puede comer lo mismo que los padres

¿Hay que hacer una comida especial para niños? Muy rara vez. El objetivo a medio y largo plazo es, claramente, que toda la familia coma lo mismo, ¿o quieres pasarte la vida cocinando un menú especial para cada uno?

Tradicionalmente se ha recomendado que, al cumplir un año, los niños se sentasen a la mesa con sus padres y comieran lo mismo. Personalmente soy partidaria de no esperar al año, de dar a los niños comida casera, normal, desde el primer momento; es decir, desde los seis meses. Por supuesto, cortada en trozos del tamaño adecuado, y retirando huesos y espinas.
Pero, ¿será sana nuestra comida para un bebé?

Si no es sana para un bebé, tampoco es sana para un adulto. La pregunta correcta sería: «Si sé que esta comida no es sana para mi bebé, ¿qué hago yo comiéndola?». ¿De verdad crees que la hipertensión del adulto depende de si comió mucha o poca sal a los nueve meses? Comer durante uno o dos años una dieta «perfecta», sin nada de sal ni de azúcar, con mucha fruta y mucha verdura y el pollo a la plancha, para luego comer chuches y patatitas de bolsa y beber refrescos durante los treinta años siguientes, no sirve de nada. Así que, en vez de hacer una comida especial para tu hijo, intenta hacer una comida, tal vez no perfecta pero sí aceptablemente sana, para toda la familia. Sin abusar de la sal, del azúcar y de los refritos, bebiendo agua y no refrescos, recordando que la verdura o el arroz también pueden acompañar a la carne (y no solo las patatas fritas). Si lo que tú comes es saludable, tu hijo puede comer lo mismo desde el principio, y seguirá comiendo así durante décadas, y eso sí que mejorará su salud. 
Lo sé, es más fácil de decir que de cumplir. En la práctica probablemente no vamos a comer tan sano como deberíamos. En los primeros meses, mejor no compartir con nuestros hijos los pasteles, los embutidos, las salazones...

Si rechaza un plato, no le atosigues con mil ofertas

¿Y si me pide otra cosa? Si espontáneamente el niño dice: «No me gusta esta comida, quiero otra cosa», y lo que pide es un alimento nutritivo (un yogur, un bocadillo, un huevo frito, un plátano) y es algo que tienes a mano y lo puedes preparar en un par de minutos, se lo das sin rechistar; pero si lo que pide no es nada saludable (chuches, caramelos, bollos, chocolate...) o es algo que no tienes tiempo de preparar (unos macarrones, unas croquetas), le dices amablemente: «No, cariño, no puede ser; eso es malo para los dientes, o no tengo tiempo de prepararlo».
Pero lo tiene que pedir espontáneamente. Si no quiere lo que hay hoy para comer, pero no pide otra cosa, es que no tiene hambre, y hay que respetarlo. No lo atosigues con mil ofertas («¿Quieres un yogur?»; «¿te hago un huevo frito?»; «¿un yogur con azúcar que a ti te gusta?»; «¿un huevo frito con chocolate?»; «le echo azúcar a la naranja y verás como te gustará»; «¡va, por favor, al menos una tarta de chocolate con helado!»).

No le agobies porque es innecesario, porque molesta y porque fatalmente, los padres, en sus intentos desesperados por que el niño «al menos coma algo», van ofreciendo cosas cada vez más insanas, empezando por la verdura y acabando por la bolsa de gusanitos. Y para acabar con una bolsa de gusanitos, créeme, es mejor que no coma, y ya merendará o cenará cuando tenga más hambre.

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